Internacional

Desde el corazón de Sudán del Sur

El Padre José Javier Palardé lleva más de 40 años en Sudán del Sur. Desde 2005 trabaja junto a la ONG Amsudan en Yirol para llevar educación y desarrollo a toda la región.

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15
junio
2017

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En el corazón del país más joven del mundo se encuentra Yirol, lugar donde el Padre José Javier Palardé, misionero comboniano del Corazón de Jesús, lleva desarrollando su labor junto a la ONG Amsudan desde hace más de una década. Los 46 años que el religioso sevillano lleva en Sudán del Sur le han hecho vivir en primera persona la guerra, la violencia y el hambre, pero también la humanidad y hospitalidad de un pueblo que solo anhela la paz.

Después de su emancipación en julio de 2011, Sudán del Sur se convirtió en el Estado 193 de la comunidad internacional y en el 54 del continente africano. «Cuando el país se independizó todos nos mostrábamos optimistas y guardábamos grandes esperanzas. Creíamos que por fin todo había terminado y que era el comienzo de una nueva era». Pero nada más lejos de la realidad. Lo que entonces aconteció en Sudán del Sur no fue una cosa menor. Después de dos guerras civiles, más de 40 años de conflicto y un acuerdo de paz, por fin el pueblo había visto cumplidos sus deseos de independencia de la vecina Sudán. Las papeletas del sí rebosaron las urnas de todo el territorio, pero las cosas cambiaron en diciembre de 2013 con el estallido oficial del conflicto.

Las constantes acusaciones de intentonas de golpes de Estado y la corrupción pusieron en jaque al Gobierno formado tras el referéndum, que había posicionado como presidente a Salva Kiir, de etnia dinka, y como vicepresidente a Reik Marchar, líder nuer. Esta situación ha llevado a Sudán del Sur a sumar cuatro años de un conflicto que todavía sigue activo. «La lucha de poder ha desembocado en una lucha tribal, que es mucho más difícil de resolver. Además, la corrupción es enorme. La guerra y la violencia han provocado una situación de hambre tremenda», señala el Padre Palardé. «Ahora estamos en un momento en el que nadie sabe quién lucha contra quién y por qué. Es un todos contra todos».

Padre Palarde Amsudan Sudán del Sur

A esto hay que sumar la creciente amenaza de genocidio y la emergencia alimentaria en varias zonas del país. «Naciones Unidas ha declarado la hambruna, pero no sé sabe qué más podrían hacer. Según mi opinión, no hacen lo suficiente. Además, en varias ocasiones se les ha acusado de no ser imparciales», se queja. El cambio climático y la falta de desarrollo tampoco están poniendo las cosas fáciles en esta crisis humanitaria. «Toda la población se está volcando con la agricultura, pero la sequía no está ayudando a los cultivos. Ya no hay temporada de lluvia. Tenemos varios ríos y pozos de agua en algunas zonas, pero no hay ningún tipo de industria ni mecanismos para poder sacarla. No hay nada», cuenta a Ethic.

«El día a día es difícil. La gente trata de apoyarse en nosotros, pero te sientes completamente incapaz de hacer algo por ellos. Llega un momento en que lo poco que tenemos desaparece enseguida», explica el Padre Palardé sobre su Misión. Y es que aunque Yirol no sea una de las zonas donde se ha decretado la hambruna, el estado de riesgo alimentario se sitúa en el nivel 2 (alerta), acorde a la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria.

Padre Palarde Amsudan Sudán del Sur

Pero dentro de toda esta necesidad, el Padre Palardé encuentra lugar para la esperanza. «Estamos buscando dentro de los poblados los grupos de mujeres más participativas para formarlas en materia de agricultura. Poco a poco ellas van trabajando y tratamos de reunirlas en cooperativas». Y es que la educación es la piedra angular de la labor de este misionero. «Realizamos cursos para animarlos a la paz, que es la única posibilidad de acabar con toda esta miseria. Sin esto nunca podremos progresar. La gente está harta de las luchas. Han dicho: ‘Se acabó, no queremos más guerra. Queremos la paz’. Esto es lo más importante que podemos hacer por este pueblo», continúa.

Los más de 40 años en el territorio le han permitido conocer de cerca a los sursudaneses. «Hay una gran humanidad. La gente es solidaria, sabe compartir. Lo único que puedo es agradecer que me hayan aceptado, que me respeten y me quieran. Todo lo que tengo lo he encontrado de una manera sencilla y simple, pero con ellos», sentencia.

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