Innovación

Robots con causa

El avance exponencial de la inteligencia artificial es un hecho, y abre el debate de qué utilidad le dará el ser humano en los próximos años: puede ayudarnos tanto a ganar guerras como a combatir el cambio climático. El enfoque que le demos será decisivo para nuestro futuro y el de nuestro planeta.

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08
mayo
2017

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Combatir el cambio climático es más urgente que el avance de los robots. Sin embargo, el desarrollo de chips cada vez más potentes destinados a la industria es exponencial, mientras que las tecnologías para preservar el medio ambiente, focalizadas ahora en el uso de energías limpias (eólica, solar o las baterías eléctricas) tienen poco margen de mejora. Lo denunciaba el verano pasado desde su columna el corresponsal jefe en Tokio del Financial Times, Robin Harding. Ponía de ejemplo la compañía nipona Yaskawa Electric, que factura al año 3.000 millones de dólares con la venta de robots para el sector del automóvil, que aumentan la productividad de las plantas de fabricación y reciben grandes inyecciones de inversión privada en I+D, mientras que, en muchos casos, el desarrollo de las tecnologías limpias está supeditado a los impuestos al carbono, su principal fuente de financiación. «Tenemos que invertir, fuera de eso, en nuevas ideas de inteligencia artificial para combatir el calentamiento global», reclamaba Harding.

Estamos en un momento decisivo del debate sobre el verdadero papel de la robótica en nuestras vidas que, antes que tecnológico, es de índole irremediablemente ética. Aumentan las voces que alertan contra una ocupación esencial del espacio humano por parte de máquinas cada vez más inteligentes. A principios de este año, la firma de seguros japonesa Fukoku Mutual Life Insurance anunció que una plataforma de inteligencia artificial iba a sustituir, de un plumazo, 34 puestos administrativos en sus oficinas, lo que le permitiría aumentar su productividad un 30% en tan solo dos años, el tiempo récord en el que amortizarán los casi dos millones de dólares que han invertido en esta tecnología. Un estudio de la consultora japonesa Nomura ya ha anticipado que, en 2035, la mitad de todos los trabajos de ese país serán realizados por máquinas inteligentes. El Gobierno de Estados Unidos, en paralelo, advertía el pasado enero de que, en estos momentos, casi tres millones de empleos están amenazados por la automatización de los procesos que impulsa la inteligencia artificial.

El debate en torno al avance de la robótica, o más bien su uso, ya fue espoleado en 2015, cuando más de mil expertos en tecnología, científicos e investigadores, firmaban una misiva conjunta en la que se oponían al uso de la inteligencia artificial en la industria bélica. «Iniciar una carrera armamentística con equipos dotados de IA dará como resultado armas que acabarán escapando al control humano», advertían, y reclamaban la urgencia de una legislación que impidiera esa posibilidad, al igual que existen prohibiciones expresas para la fabricación de armas químicas o nucleares fuera de un férreo control internacional. «La mayoría de los químicos y biólogos no tienen ningún interés en la construcción de  armas químicas o biológicas y la mayoría de los investigadores de la IA tampoco tenemos interés en la fabricación de este tipo de armas, a diferencia de quienes empañan su campo al hacerlo», añadían.

A uno se le viene a la cabeza inevitablemente el cine apocalíptico de ciencia ficción, con ejemplos que van desde Juegos de guerra hasta Terminator, con la diferencia de que, cuando se rodaron esas películas a finales del siglo pasado, aún no existía la tecnología para llegar al extremo de que las máquinas tomaran el mando en un conflicto bélico. Hoy es una posibilidad muy real, igual que los mil expertos que la denuncian, con voces tan autorizadas como las de Elon Musk o Steve Wozniak, fundadores de Tesla y de Apple, o la del astrofísico Stephen Hawking. Precisamente, el científico realizó recientemente una previsión que no por agorera hay que dejar de tomarse en serio y que no sitúa en buen lugar a la inteligencia artificial: «Si no tomamos medidas, el planeta Tierra se extinguirá en los próximos mil años por el calentamiento global, las guerras nucleares… y los robots».

Los drones del proyecto Rhea, del CSIC, lograrían ahorrar en un 75% el uso de herbicidas y pesticidas

No todas las voces autorizadas predicen un futuro tan negro con respecto a los avances tecnológicos. El experto en ciencias de computación Luc Steels proponía el año pasado, durante las conferencias Máquinas que piensan: posibilidades y dilemas de la inteligencia artificial, organizadas por Icrea y el CCCB, una cuestión clave sobre la que debería pivotar este debate: «No va del futuro de la inteligencia artificial, sino del de la humanidad», y, para recordar que la capacidad de decisión sigue estando en nosotros, añadía: «¿Qué futuro queremos tener los humanos?». Durante esa charla, Steels pintaba uno prometedor para nuestra especie si conseguimos hacer un buen uso de la robótica, desde avances en medicina impensables hasta ahora, hasta combatir el cambio climático e incluso evitar desastres ecológicos, pero advertía: «Debemos dejar de destinar recursos a investigar cómo emplear la inteligencia artificial con fines bélicos y comenzar a dedicarlos a la gestión de la energía, a temas de movilidad o al mantenimiento de ecosistemas, y son solo algunos ejemplos». Básicamente, darle un uso destinado a mejorar la vida de las personas, en vez de a destruirla. Ahora es un momento clave en este debate, porque en poco tiempo se nos puede ir de las manos. Como defiende la Universidad Singularity de Silicon Valley, llegará un momento en que los robots, y la tecnología en general, se creará y mejorará a sí misma sin intervención humana.

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Hay ejemplos, como los que exponemos a continuación, que demuestran que los robots pueden ser nuestros aliados. Y también nuestra salvación.

Los drones como armas… contra el calentamiento global

El exingeniero de la NASA Lauren Fletcher declaró recientemente que, con la ayuda de pequeñas aeronaves, sería posible plantar mil millones de árboles cada año y combatir de este modo la deforestación, uno de los motivos del aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera —que los árboles absorben de forma natural—, el aumento de las temperaturas o la creciente desertización. Aún no existe un proyecto concreto en este sentido, pero en nuestro país ya hay iniciativas en marcha con los drones como protagonistas. «En muchos países, las energías renovables suponen un problema por sus limitaciones de superficie», plantean desde la empresa española Ixion, especializada en movilidad automatizada. Son conocidos por sus trabajos para la Agencia Espacial Europea, pero también tienen numerosos proyectos más terrenales.

Así, participan en el desarrollo de estructuras off-shore para la generación de energía limpia, localizadas en el mar, donde hay mayores rachas de viento. Ixion apoya, en España, el Proyecto A-Tempo, que consiste en la instalación de aerogeneradores en el mar, con una supervisión llevada a cabo mediante vehículos autónomos. «Otro ejemplo de aplicaciones de drones para inspección de plantas de energía renovable sería la supervisión aérea de placas solares», cuentan, «para detectar defectos o averías en las placas, ofreciendo un mantenimiento predictivo a tiempo real. De esta forma, la generación de energía es mucho más efectiva». Y esto es solo el principio: «Las aplicaciones de la robótica de servicios para la protección del medio ambiente son innumerables. Por ejemplo, el uso de vehículos submarinos no tripulados en la detección temprana de fugas en oleoductos». Otro proyecto español, RHEA, impulsado desde el CSIC, desarrolla una flota de drones para distinguir las malas hierbas de los campos de cultivo: así, se lograría ahorrar un 75% de herbicidas y pesticidas.

Robots en vez de bisturí

La tecnología quirúrgica ha avanzado mucho en los últimos años para resultar mucho menos invasiva. Gracias a técnicas como la artroscopia –microcirugía que se realiza a través de pequeños tubos y con imágenes amplificadas en pantallas–, en muchas ocasiones puede evitarse abrir en canal al paciente. Científicos del MIT van más allá y han desarrollado pequeños robots cuyo funcionamiento se basa en algo tan ancestral como la papiroflexia japonesa, conocida como origami: los robots se ingieren, se despliegan en el estómago y realizan intervenciones muy simples sin necesidad de realizar incisiones externas, controlados por un médico mediante un pequeño imán. De momento, esta tecnología está pensada para patologías sencillas, como por ejemplo un niño que se traga un objeto, si bien esperan que evolucione para poder emplearse en operaciones cada vez más complejas.

Existen otros muchos ejemplos de la aplicación robótica a la cirugía, que no necesariamente pasan por la nanotecnología: así, durante un ensayo realizado en el Hospital St Joseph’s de Canadá hace dos años, se controló un robot quirúrgico situado en la otra punta del país, que realizó cortes, suturas e incluso retiró partes del cuerpo dañadas, empleando siempre las técnicas menos invasivas. Hasta el día de hoy, ya han llevado a cabo 20 intervenciones, que incluyen operaciones de colon y reparaciones de hernia.

Hay otros tratamientos que no necesariamente pasan por una intervención quirúrgica y, en ellos, el papel de la inteligencia artificial también supone una ayuda inestimable. La empresa española Adele Robots, centrada en robótica social, distribuye en nuestro país a Nuca, una foca desarrollada en Japón que detecta nuestro estado de ánimo al reconocer nuestra temperatura corporal o reacciones como, por ejemplo, que nos suden las manos. «Responde en consecuencia y genera empatía suficiente para poder hacer terapia con quienes sufren autismo o alzhéimer, ya que facilita su capacidad para relacionarse y los estimula». En Dinamarca, este tipo de robots están subvencionados por la Administración Pública, y la Agencia Estadounidense del Medicamento ya los ha reconocido oficialmente como medio terapéutico.

Software frente a pobreza

No siempre es fácil localizar las zonas más desfavorecidas del planeta. En Naciones Unidas, especialmente tras la firma de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se han propuesto localizar los focos de pobreza como primer paso indispensable para erradicarla. Para ello, han recurrido a imágenes tomadas por satélite y se han basado en parámetros como, por ejemplo, las zonas con menos puntos de luz. Esto parte de la ecuación, tal vez demasiado simplista, de que las poblaciones con mayor carencia de electricidad son las que tienen menos recursos. En la Universidad de Stanford han diseñado un software inteligente que desarrolla este proceso y distingue otros detalles que afinan aún más la búsqueda: distancia a la fuente de agua más cercana, a los campos de cultivo o a un mercado de abastecimiento de alimentos, por ejemplo. Añade además datos introducidos anteriormente, como los ingresos per cápita de la zona o el contexto geográfico (sequía pertinaz, inundaciones o conflicto bélico), y con el algoritmo resultante los científicos determinan las zonas que requieren ayuda más urgente para combatir la pobreza

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