Salud

Homeopatía: ¿nos la debemos creer?

Se le acusa de carecer de base científica, pero cada vez más médicos incluyen preparados homeopáticos en sus tratamientos. ¿Puede tener credibilidad una terapia basada en «la memoria del agua»?

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16
abril
2017

Un suicidio colectivo para desenmascarar a la homeopatía. Hace diez años, veinte científicos belgas ingirieron una dosis infinitesimal diluida en agua de venenos como el de serpiente, la belladona o el arsénico. No les pasó absolutamente nada. Era su forma de protestar contra el hecho de que las aseguradoras incluyeran los medicamentos homeopáticos entre en sus coberturas médicas.

La dosis era infinitesimal de forma premeditada: según el principio básico de la homeopatía, la curación se puede obtener mediante la administración de una pequeña cantidad de la sustancia activa cuyos efectos son similares a los de la enfermedad. Así lo concluyó el creador de esta terapia, el médico alemán Samuel Friedrich Hahnemann (1755-1843), que confeccionó una relación de sustancias activas, y anotó los síntomas que cada una producía al individuo. Después de numerosos ensayos, concluyó que cuanto menor era la cantidad de dicha sustancia, mayor era el efecto sanador. Y esto nos lleva al segundo principio básico, el de las dosis infinitesimales. Cualquier producto se debe diluir sucesivamente hasta que prácticamente no quede sustancia activa en el preparado.

La explicación de Hahnemann se basa en lo que denomina «la memoria del agua»: el líquido disolvente memoriza las características del agente activo, que prácticamente desaparece, de modo que se evita su toxicidad. Partiendo de esta teoría, para que el tratamiento sea más eficaz hay que agitar enérgicamente el preparado mientras se diluye, de modo que todas las moléculas del agua entren en contacto con la sustancia activa y la «memorice» adecuadamente.

La homeopatía tiene dos siglos y, aunque hay experiencias positivas, carece aún de una base científica concluyente que la refrende como terapia válida. «Hablar de que el agua tiene la capacidad de memorizar es algo que se desacredita desde la base», opina la bióloga marina Leire Villaverde. «No tienen en cuenta que del mar a convertirse en lluvia y bajar por las montañas hay muchos procesos en los que entra en contacto con muchas sustancias, por ejemplo, minerales. ¿Qué pasa con el supuesto ‘recuerdo’? ¿Tiene el agua capacidad para discernir lo tóxico de lo que no lo es? ¿Es un ente con voluntad propia? Decir que el agua tiene memoria es descabellado».

El físico Carlos Tellería, coautor de un monográfico sobre homeopatía para el departamento de Sanidad de la Generalitat de Catalunya, concluye: «Como todas las pseudomedicinas, la homeopatía no presenta ninguna prueba de sus teorías, mecanismos o hipótesis explicativas. Las pruebas que manejan los homeópatas son ensayos clínicos y no experimentos de laboratorio o pruebas experimentales, que son los únicos capaces de establecer una relación causa-efecto. Los ensayos clínicos solo muestran correlaciones estadísticas y tienen un carácter probabilístico. En ocasiones pueden indicar por dónde puede ir la causalidad, pero no la demuestran».

Tellería considera que los casos de éxito de la homeopatía se reducen al efecto placebo. Y es tajante: «La homeopatía tiene un fundamento mágico, la fuerza vital, sin base experimental alguna y contradictoria con los fundamentos básicos de otras ciencias perfectamente establecidas. Sus razonamientos son circulares y es una práctica automantenida: no necesita del resto de los conocimientos científicos para funcionar. No ha producido ningún avance significativo en el tratamiento o curación de ninguna enfermedad, ni ha provocado ningún nuevo concepto teórico de cierto peso. Se encuentra enclaustrada en los mismos principios declarados dogma de fe por su fundador y maestro».

La realidad actual, sin embargo, no es tan demoledora con la realidad homeopática. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS), en un informe sobre medicina tradicional, afirma que «el número de médicos interesados en homeopatía va en aumento», y da ejemplos: «Numerosos médicos franceses son especialistas en acupuntura y homeopatía, servicios cuyos costes reembolsa el seguro social cuando los prestan o prescriben médicos. Desde 1997, la Mutualité Socialiste Tournai-Ath de Bélgica reembolsa parcialmente determinados tratamientos complementarios o alternativos, incluidos los medicamentos homeopáticos».

La propia directora general la OMS, la Dra. Margaret Chan, declaró durante la presentación de dicho informe: «No tiene por qué haber conflicto entre la medicina tradicional y la medicina occidental. En el marco de la atención primaria, ambas pueden combinarse de forma armoniosa y beneficiosa, en un sistema que aproveche lo mejor de cada una y compense también las deficiencias de cada una. Ahora bien, esto no es algo que vaya a ocurrir espontáneamente: es preciso tomar deliberadamente decisiones normativas. Pero es posible hacerlo».

Es indudable que cada vez más médicos complementan sus terapias con homeopatía, sin renunciar por ello a la medicina occidental. «Lo veo mucho entre compañeros de profesión», dice Alejandro P. Martínez, médico de cabecera. Él no es uno de ellos. «Atribuir la curación de una alergia, o de otras enfermedades, al efecto de un preparado homeopático, es engañoso. Muchas enfermedades sencillamente desaparecen porque completan un ciclo, o por el sistema inmunológico del paciente».

La prestigiosa revista médica británica The Lancet publicó recientemente: «Los médicos tienen que ser honestos con sus pacientes e informarles de la ausencia de beneficios de la homeopatía, y valientes consigo mismos a la hora de asumir los fallos de la medicina moderna para cubrir la atención personalizada». P. Martínez está de acuerdo: «El error es emplear la homeopatía para cubrir las carencias de la medicina científica».

Miguen Luqui Garde es licenciado en Medicina en la Universidad de Barcelona, aunque actualmente ejerce como homeópata. Rebate así a los escépticos: «Ha pasado la prueba del tiempo. Hace casi dos siglos que se está practicando en Europa, de modo que, sin este fenómeno no hubiera algo real, verdadero, había desaparecido en este tiempo, porque habría quedado en evidencia que no es eficaz. Pero lejos de esto, cada vez hay más pacientes que se acercan y más médicos que quieren formarse. Es un hecho incontrovertible». Y reconoce: «También es verdad que carecemos de un modelo teórico que explique el fenómeno. Y eso hace evidente la necesidad de grandes inversiones en la investigación de la homeopatía. Lo que conocemos de la homeopatía es gracias a gente que se ha esforzado, voluntaria, por investigar y dar a conocer. Pero no ha habido apoyo oficial, ni de grandes empresas, ni de laboratorios. Eso provoca que la homeopatía siga siendo una ciencia joven y poco desarrollada, que requiere de mucha más investigación para las comprobaciones y su desarrollo».

Mientras médicos y pacientes se suman a esta práctica, el sector universitario se desmarca. Hace un año, la Universidad de Barcelona canceló su máster de homeopatía, movida por un estudiante de la Facultad de Química y su petición en change.org, al considerar que «no está apoyado por la evidencia, carente de metodología científica, criticado y catalogado como una estafa por toda la comunidad científica». La Universidad de Córdoba canceló sus cursos en 2013 y la de Sevilla, cuatro años antes. Y la Universidad de Zaragoza se desmarcó de la Cátedra Boiron de Homeopatía en 2014, después de cinco años de cooperación. Para Alejandro P. Martínez es un paso lógico: «Deben dedicarse recursos, formación y dinero a investigar la medicina occidental, que sigue teniendo un sinfín de carencias y posibilidades de mejora. Y no perderlos con alternativas como la homeopatía, sin ningún tipo de base ni prueba científica de su efectividad».

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