Cultura

Fatiga informativa o la nueva enfermedad de la era digital

El filósofo Byung-Chul Han cree que ese bombardeo incesante de información anula la capacidad de análisis de los ciudadanos.«La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido ni coherencia», sostiene.

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12
abril
2017

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La primera voz de alarma se produjo en 1996, justo antes de que Facebook, Google, Twitter, Instagram, Snapchat, Apple, Android o los diarios en papel se sumaran al atiborramiento informativo multidireccional de la web. El psicólogo Davis Lewis recibió el encargo de la agencia Reuters para un informe de título clarividente: Dying for information? (¿morir de información?). Así, realizó numerosos análisis sobre más de mil directivos de lugares tan dispares como Estados Unidos, Hong Kong o Reino Unido. En todos ellos percibió el mismo patrón de fatiga informativa. El filósofo coreano afincado en Alemania, Byung-Chul Han, recoge y concreta estas conclusiones en su ensayo En el enjambre: «Parálisis de la capacidad analítica, perturbación de la atención, inquietud general e incapacidad de asumir responsabilidades».

En aquella época, esto es, en los noventa, las redes sociales aún estaban germinando, eran un exotismo por definir, igual que internet en general. Se reducían a unos cuantos servicios de chat en los que se creaban foros, de una forma muy rudimentaria y para una minoría. El año pasado, Facebook alcanzó los 1.860 millones de usuarios, casi un 20% más que en 2015. Más de 1.200 millones son activos a diario, esto es: envían y reciben información, señalan sus preferencias sobre infinidad de temas con solo un clic de ratón por medio de la herramienta ‘like’, comparten y expanden contenidos en todos los formatos imaginables, textos, audios, fotografías y vídeos. A día de hoy, en torno a una cuarta parte de la población mundial usa Facebook activamente. Según un estudio de la publicación The Verge sobre ciencia e innovación, en 2030 el porcentaje podría superar el 60% de los habitantes del planeta. Hay que tener en cuenta que, para entonces, habremos subido de los 7.000 millones actuales a casi 9.000.

Uno de los últimos estudios realizados en España sobre el uso del correo electrónico data de 2009. Lo llevó a cabo la consultora Contactlab, y desveló que al día, en España, se recibían 350 millones de e-mails. Si tenemos en cuenta que ese año, en nuestro país, se contabilizaban algo más de 15 millones usuarios habituales de la web, esto significaba en torno a 20 correos cada 24 horas por persona. Casi uno por hora. El periódico más leído de España, El País, asiste en los últimos años a un desangramiento de los lectores de su edición impresa. Pero al mismo tiempo, quienes acceden a su web, crecen en número cada año: más de un millón de usuarios únicos diarios. Este trasvase en los periódicos por parte de quienes renuncian a la información pausada y reflexiva a la que invita el papel y saltan a la información actualizada a cada minuto de sus páginas web, es similar en todas las cabeceras.

Cuando Lewis dio la voz de alarma en 1996 sobre el síndrome de la fatiga informativa, que definió con las siglas IFS y catalogó de enfermedad psíquica, no imaginaba que la realidad iba a ser tan apabullante. El filósofo Byung-Chul Han trata en su obra En el enjambre la desideologización y tecnificación de las estructuras sociales, en las que los políticos se separan de la ciudadanía para convertirse en eso ajeno que llamamos ‘establishment’ y los ciudadanos se van convirtiendo en meros consumidores. Y señala como principal patología la sobrecomunicación. También alerta sobre la fatiga informativa: «El principal síntoma es la parálisis de la capacidad analítica. Que es lo que precisamente constituye el pensamiento. El exceso de información atrofia el pensamiento, la capacidad de distinguir lo esencial de lo no esencial». Y va más allá: «El cansancio de la información incluye también síntomas característicos de la depresión que, ante todo, una enfermedad narcisista. El sujeto se ahoga en su propio yo, agotado y fatigado de sí mismo. Nuestra sociedad se hace cada vez más narcisista. Redes sociales como Twitter o Facebook agudizan esta evolución, pues son medios narcisistas».

Una derivada de la fatiga informativa es otra nueva patología, definida por los psicólogos como tecnoestrés. Y se da tanto por déficit como por exceso: por un lado, quienes se ven incapaces de sumarse y aceptar los nuevos usos impuestos por la era digital; por otro, quienes son incapaces de hacerlo de una manera saludable, y se identifican en exceso con la tecnología, perdiendo la perspectiva de su propio yo. El equipo de Investigación WANT Prevenció Psicosocial de la Universitat Jaume I de Castellón ha elaborado recientemente un cuestionario para predecir sus síntomas: incluye aspectos como ansiedad y riesgos psicosociales.

Pero los riesgos, según expone Byung-Chul Han, va más allá de los efectos directos en el usuario, su relación con el entorno o su pérdida de capacidad analítica. La sobreinformación nos lleva, en su opinión, a una nueva protocolización general de la vida, y la ingente cantidad de información que dejamos a nuestro paso por la red, reunida en eso inabarcable llamado big data, lleva a un nuevo concepto de Big brother: «Cada uno observa y vigila al otro, y cada uno es observado y vigilado».

Los beneficiados reales de toda esta recopilación de información en la red no son los propios usuarios, sino las empresas y los Estados. En muchos casos, actúan como un solo ente. Un claro ejemplo es la agencia Acxiom, que posee datos relevantes de más de 300 millones de estadounidenses, esto es, casi toda la población, y los vende a las empresas que los solicitan. Tiene más información que el FBI, prueba de ello es que han recurrido muchas veces a la agencia para sus operaciones de investigación.

En su carrera por monetizar el nuevo modelo de periodismo digital, los periódicos buscan, por encima de todo, aumentar el número de lectores, su permanencia en sus páginas webs y los clics. Lo mismo puede decirse de las redes sociales o de casi cualquier aplicación gratuita de móvil. La publicidad tradicional deja de ser la vía de financiación principal y deja paso a las bases de datos, cada vez más hinchadas, con las que poder comercializar. La información, por tanto, deja de tener sentido en sí misma, y pasa a ser un mero vehículo para obtener datos del usuario. Cada vez importa menos qué se cuenta, sino cuánta aceptación (cuántos clics) tendrá lo que se cuenta.

Y mientras tanto, como opina Byung-Chul Han, el efecto pernicioso en el ciudadano de a pie es cada vez mayor: «La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido ni coherencia. Todo ello impide la formación de un contrapoder que pudiera cuestionar el orden establecido que adquiere así rasgos totalitarios»

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