Derechos Humanos

20 años después de Luis Valtueña

El presidente de Médicos del Mundo en España recuerda el asesinato de su compañero en Ruanda, y reclama el respeto a los cooperantes en terrenos en conflicto, hoy convertidos en objetivos de la guerra.

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14
febrero
2017

El presidente de Médicos del Mundo en España, el doctor José Félix Hoyo Jiménez, recuerda en esta tribuna para Ethic el asesinato de su compañero en Ruanda, y reclama el respeto a los cooperantes en terrenos en conflicto, hoy convertidos en objetivos de la guerra.

Han pasado dos décadas ya, y todavía recuerdo nítidamente la mañana en que nos comunicaron la muerte de nuestros compañeros de Médicos del Mundo en Ruanda. Luis Valtueña, Flors Sirera y Manuel Madrazo fueron asesinados a sangre fría y a quemarropa en su domicilio en Ruhengeri. Cumplían con una misión humanitaria, fueron testigos de los crímenes cometidos por ambas partes. Estaban allí, y alguien decidió que debían ser eliminados para facilitar el cruel e indigno proceso de la guerra. Unos años antes, Mercedes Navarro, también cooperante de nuestra organización, era asesinada en Mostar. Alberto Fernández Liria, disparado en el mismo acto, sobrevivió al incidente.

Luis Valtueña era un gran amigo personal, de aquellos que ves a diario y con los que compartes casi todo. Sus muertes reciben todos los años un homenaje plasmado por el Premio Internacional de Fotografía Humanitaria que lleva su nombre. Desde ese triste acontecimiento, he desarrollado actividades en el terreno humanitario en múltiples emergencias, terremotos, tsunamis, conflictos, epidemias y huracanes, he seguido colaborando como cooperante voluntario desde España y fuera de nuestras fronteras. Yo, y muchísimos otros, hemos optado por continuar, y por más que la circunstancias sean dolorosas, las dificultades nos impulsan a trabajar cada vez más.

Desde 1997 (curiosamente este negro registro comienza con este asesinato) hasta la actualidad, según The aid worker security database, más de 4.000 trabajadores humanitarios han sufrido «incidentes mayores» que incluyen asesinatos, secuestros y ataques dirigidos.

Más allá de interpretaciones, los datos son manifiestos: los trabajadores humanitarios nos vemos expuestos a riesgos en nuestras misiones. Nuestro objetivo, por supuesto, no es ser héroes, lo primero para nosotros es la seguridad. De nada servimos y en poco ayudamos en nuestro trabajo si no estamos seguros. Para ello, se utilizan complejos sistemas de gestión de seguridad que incluyen parámetros de aceptación local, análisis del contexto, riesgos, amenazas y vulnerabilidad que se nutren de sofisticados sistemas de información y entrenamiento monitorizados continuamente y que nos permiten tomar decisiones operacionales en contextos difíciles. Sin esta aproximación sería imposible realizar nuestra misión. Las organizaciones simplemente nos ceñimos a nuestro mandato humanitario y nos equipamos con las herramientas necesarias para cumplirlo. Aun así, y teniendo en cuenta que nuestros proyectos se desarrollan en lugares cada vez más complejos, los sistemas de seguridad disminuyen la probabilidad de un incidente crítico, pero no la anulan absolutamente, del mismo modo que los sistemas de seguridad de un vehículo no son infalibles.

Desde hace mucho tiempo, los trabajadores humanitarios vivimos en los lugares más caóticos de la tierra, en ocasiones somos los primeros en llegar, en ocasiones somos los únicos. Convivimos muy de cerca con las víctimas de catástrofes naturales y conflictos. Nuestro objetivo es asistir y garantizar los derechos de las personas más vulnerables. La mayor parte de las veces somos la única ayuda que reciben. Para que esto sea posible nos regimos (más cuanto mas duro es el entorno) por nuestra matriz de riesgos que define la posibilidad de que sigamos allí.

Probablemente cada vez más (véase Kunduz o Alepo), los trabajadores humanitarios somos objetivos de uno o de ambos bandos, bien porque hay crímenes que conviene esconder, bien porque prestamos visibilidad a nuestros captores o asesinos, que de otro modo no podrían obtener. Las leyes de la guerra nunca se han cumplido; la gran mayoría de estos crímenes quedan impunes. Ahora, en ocasiones, parece que incluso se banalizan. El riesgo de ser objetivo también está medido, y nos pone ocasionalmente en circunstancias que nos impiden continuar con nuestro trabajo. Muy a nuestro pesar nos retiramos de países, regiones… Muy a nuestro pesar el acceso humanitario cada vez es más complejo.

Hemos creado sofisticados sistemas de control para contrarrestar el peligro, y seguiremos creando más, porque lo que sí es cierto es que cuando un trabajador humanitario sufre un incidente crítico, lo que no se nos ocurre es abandonar nuestra misión; solo tomamos aire y buscamos otro camino. Por desgracia, cada vez somos mucho más necesarios. Además, ese es nuestro mejor homenaje para todas esas personas perdidas.

Pueden tenerlo claro: si lo que pretenden es que trabajemos menos, lo que consiguen es que lo hagamos mucho más.

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