Internacional

La incierta guerra comercial de Trump

Las pretensiones del nuevo presidente estadounidense chocan contra los intereses del país y su tradición librecambista. ¿Desatará Trump una guerra comercial en el planeta?

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24
enero
2017

Los análisis y las repercusiones oscilan entre lo apocalíptico y lo integrado. Entre el desastre y la normalidad. Pero la pregunta hiere como una amenaza. ¿Desatará Trump una guerra comercial en el planeta? La respuesta se mueve entre el sentido común y lo inesperado. La política populista lanzada por el presidente estadounidense durante su campaña invita al desasosiego de alguien que nunca ha desempeñado un cargo político. Sin embargo, acude como el paladín del tiempo del descontento de la clase media blanca y obrera del país. Los principales (aunque no los únicos) perdedores de la Gran Recesión. Y ante un comandante en jefe que resulta una incógnita, solo se puede empezar por los hechos más o menos contrastables.

Sobre esa mirada y la filosofía centrípeta de «América primero», el enigma de Trump puede escoger entre proteccionismo y estímulos fiscales. O los dos a la vez. Por ahora, lo que sabemos, analiza César Pérez Rubio, director mundial de inversiones de Pictet WM, es que ha rechazado el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP, por sus siglas en inglés) promovido por Obama, y otros diez países, y que detrás puede ir la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión con Europa (TTIP). Pero hay, incluso, quien no atisba siquiera la menor esperanza. «El TTP está muerto y el TTIP, en hibernación», comenta Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano. Al tiempo, se renegociará el famoso Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México (TLCAN). De ahí que la otra opción, los estímulos, que recuerdan al programa económico de Ronald Reagan a principios de los años ochenta del siglo pasado, parece una alternativa más creíble. Aunque surgen dudas. «¿Necesita el país un impulso fiscal si la tasa de paro está por debajo del 5% y el crecimiento ha superado el 2% desde 2010?», se preguntan en CaixaBank Research. No hace falta sentarse en un aula de Harvard para escribir: «no». Pero es lo que ha prometido. Un billón de dólares para mejorar las infraestructuras y una profunda rebaja de los tipos impositivos. ¿Cumplirá su palabra? ¿Se arriesgará a provocar un agujero en las cuentas públicas del país?

Difícil repuesta cuando la imprevisibilidad se ha convertido en el casus belli del nuevo presidente. Sin embargo, la macroeconomía conduce a los territorios del comercio. Y ahí la guerra anda tan lejos como cerca. Un informe reciente del banco UBS ilumina esa oscuridad. «Existe un riesgo considerable de que Estados Unidos declare a China ‘manipuladora de su divisa’, que imponga aranceles y que desate una guerra cambiaria y comercial». Porque el elemento indispensable de cualquier batalla es tener un enemigo. Y mejor, claro, sin son dos: China y México. Con ambos, parece evidente que Trump quiere situar su relación en otro lugar. Aunque nadie sabe dónde. Pero resulta indudable el cambio de paradigma. «Las consecuencias de esta transformación», avisa Pablo García Estévez, profesor de Cunef (Colegio Universitario de Estudios Financieros), «es un aumento de la inflación mundial y el empeoramiento de la economía del coloso asiático. Y esto es lo preocupante. La estabilidad del país depende de su economía. Si empeora, provocará una mayor conflictividad interna y externa». Al fin y al cabo, las estadísticas cuentan que China vende a Estados Unidos mercancías por valor de más de medio billón de dólares.

Nadie duda de que las relaciones comerciales transcienden lo económico y se internan en la esencia de la vida. Pues a toda acción le corresponde una reacción. «Si Trump inicia una guerra con China, subirán los productos en Estados Unidos», advierte Federico Steinberg. Alguien debería recordarle al político, por ejemplo, que el principal cliente en las próximas tres décadas de Boeing será el país asiático.

Pero si al final la fractura se produce, triunfa el populismo y este movimiento antiglobalización levanta barreras al laissez faire, laissez passer comercial veremos ganadores y perdedores. Dentro de esos hermosos vencidos se contabilizarán «aquellos países en los que se producen los bienes que compraban los estadounidenses y, por contra, perderán los consumidores de la primera potencia del mundo, que solo accederán a ciertos artículos a precios más altos», aventura José Luis Álvarez, director del departamento de Económicas de la Universidad de Navarra. Mientras, en el otro lado de la balanza, triunfarán las empresas (y los trabajadores) pues reducirán la competencia dentro de casa por parte de productores extranjeros. Aunque, si hablamos de naciones, habrá otros cadáveres exquisitos. «Las economías emergentes podrían ser los grandes perdedores del mayor proteccionismo de Trump», prevé César Pérez Rubio. Una debilidad que se agrava por el final del superciclo de las materias primas impulsado en su día por el crecimiento de China. Tampoco América Latina está libre de contagio. Ni Europa. «Es posible que aprovechando la situación actual de tensión comercial iniciada con Trump, países como Reino Unido, Holanda o Irlanda renegocien sus respectivos acuerdos comerciales», apunta Ángel David López, socio del área de Industria de la consultora Everis.

Lo que no es posibilidad sino certeza es que ya caminamos los meridianos de un planeta distinto. El mundo se dirige hacia un orden multipolar. Vislumbramos el final de una sola potencia hegemónica y el advenimiento de la inestabilidad geopolítica. Ataques terroristas, conflictos civiles, choques políticos. En medio de este horizonte que se llena de niebla, surge el Brexit y la elección de Trump, «quien tiene la aparente disposición de poner en duda aspectos clave del orden mundial, como la política de ‘una China’ o el compromiso de Estados Unidos con la OTAN», valora Christophe Donay, director de análisis macroeconómico de Pictet WM. Y como la historia se construye sobre los capítulos de la paradoja, tenía un profundo valor simbólico y real escuchar a Xi Jinping, presidente de China, defender en el Foro Económico Mundial de Davos que su país está comprometido con el libre comercio.

Gira el mundo, gira la vida, gira el tiempo y todo cambia. El gigante asiático peleará la próxima década porque su divisa sea la moneda de reserva global y el sistema de Breton Woods tendrá que adaptarse. Al tiempo, el planeta lidiará con un presidente de Estados Unidos «cuyo mayor problema es que resulta impredecible», enfatiza Juan Carlos Martínez Lázaro, profesor de IE Business School. Y que tiene, recuerda Félix López, experto en internacionalización de la EOI, al 95% de los economistas en contra de sus ideas. Da igual.

En el fondo, el mundo espera que los cortafuegos del sistema eviten que Trump incendie el comercio. «Los republicanos pueden frenar sus ideas en el Congreso y el Senado. Además, la mentalidad librecambista forma parte de la esencia del partido y del país», reflexiona Aurelio García del Barrio, director del Global MBA del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). Porque la nave económica va. «La confianza empresarial se ha disparado desde las elecciones de noviembre. De hecho, el índice NFIB (National Federation of Independent Business), que refleja el optimismo en las pequeñas empresas, creció 7,3 puntos. Una cifra récord», describe Solunion, firma dedicada al seguro de crédito.

Porque, en ese territorio de los números, existe un cálculo que a veces se olvida. Estados Unidos representa el 20% del comercio del mundo y el 4% en términos de valor. No es una superpotencia en estos predios. Además, gran parte de sus ingresos proceden de multinacionales situadas en el exterior que repatrian sus beneficios al país. ¿Les cerrará el paso Trump? Parece impensable. Es la evidencia de que «Estados Unidos vive en una situación anómala. Existe una cantidad de dinero fuera del país brutal», incide Jesús Centenera, director del Máster en Dirección de Comercio Internacional (MDCI) de Esic. Es más, los vínculos comerciales discurren tan entrelazados que desatar los nudos semeja imposible. «México es el segundo proveedor de Estados Unidos, pero también su tercer cliente», matiza Centenera. La contundente lógica de los hechos en la incierta era de Trump.

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