Cultura

El manuscrito Voynich, el libro imposible

¿Libro cabalístico? ¿Texto alquímico? ¿Herbario fantástico? Expertos criptógrafos llevan siglos intentando interpretar el contenido del libro más misterioso de todos los tiempos.

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08
enero
2017

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Expertos criptógrafos (algunos de la NASA), especialistas en descifrados, versados en lenguas y lenguajes singulares (como Umberto Eco), técnicos, lingüistas y aficionados de toda ralea llevan siglos intentando interpretar el contenido del libro más misterioso de todos los tiempos, el manuscrito Voynich, un libro en formato octavo (15 por 23 centímetros), de 240 páginas –aunque se sabe que se perdieron al menos 28– con coloridos dibujos y anotaciones en un idioma desconocido.

Las pruebas del carbono 14 sitúan su elaboración entre los años 1404 y 1438, en cualquier caso, primera mitad del siglo XV. La tinta fue aplicada poco después. Desde entonces, han sido baldíos los esfuerzos por desentrañar su contenido. Como si se tratase del Necronomicón, ese libro perdido del que diera cuenta Lovecraft, que recoge saberes arcanos y magia ritual cuya lectura provoca la locura y muerte, pero a la inversa, ya que el Voynich existe, pero se desconoce qué cuenta.

Aunque hay quien apunta que el manuscrito es una estafa, lo cierto es que el texto cumple la ley de Zipf, formulada en los años cuarenta del pasado siglo, que establece que en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en una gran cantidad de texto aparece el doble de veces que la segunda más habitual, el triple que la tercera más usada, el cuádruple de la cuarta, etc., con lo que se descarta que sea un texto sin sentido o que esté escrito en un lenguaje artificial, como el élfico ideado por Tolkien para El señor de los anillos o el klingon que emplean los protagonistas de la serie Star Treck, porque incumplen esa regla.

Escrito de izquierda a derecha, sin evidencia de signos de puntuación ni caracteres numéricos, con margen derecho desigual y texto fluido, el manuscrito Voynich encierra 170.000 glifos (signos), que remiten a un global de 35.000 palabras, algunas de las cuales solo aparecen en secciones concretas o en páginas determinadas. La distribución de las letras, asimismo, es peculiar: algunos caracteres aparecen solo al principio de una palabra, otros solo al final, y algunos siempre en medio. La enumeración, con algunos vacíos, fue añadida posteriormente, en torno al siglo XVI, y está cosido a partir de secciones visuales, aunque se trabaja con la conjetura de que no sea la disposición original. Carece de firma.

Visualmente, el libro es fascinante. Se sabe que se utilizó pluma de ave para el texto y los dibujos, y se ha deducido que el autor (o autores) primero dibujó y después escribió, ya que, en numerosas páginas, los caracteres tocan el borde de las imágenes. Contemplarlo ejerce ese atractivo de lo incomprensible, como cuando los niños sostienen un cuento al que miran sin saber lo que les dice.

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Distribución temática

Gracias a los dibujos que sazonan el manuscrito (casi todas las páginas contienen una imagen, salvo la última parte, formada solo por texto), los expertos han dividido el libro en seis secciones. La primera se trataría de un ‘Herbario’, ya que los dibujos muestran distintas plantas, aunque se ha fracasado también en la identificación de las mismas, salvo en casos puntuales, como el pensamiento silvestre, un girasol (o miembro de esta familia, como la camomila o la margarita) o el helecho ‘culantrillo’ (también conocido como ‘Cabello de Venus’). Parece ser que se trata de plantas compuestas por raíces de una especie, hojas de otra y flores de una tercera. Por si la cuestión entrañara poca dificultad, el autor (o autores) las adornó con ojos, zarpas e incluso garras.

La segunda sección está dedicada a la ‘Astronomía’, y contiene diagramas circulares, algunos desplegables, adornados con estrellas, soles y lunas. Se incluyen aquí las constelaciones zodiacales, aunque hay dos (Acuario y Capricornio) que se perdieron. Treinta mujeres en miniatura rodean cada signo zodiacal, casi todas desnudas y cada una sosteniendo una estrella.

En el capítulo de ‘Biología’ o ‘Alquimia’ encontramos, de nuevo, pequeñas mujeres desnudas, tomando baños en balneario, algunas de las cuales llevan coronas, que por lo que se intuyen representan a ninfas. El empleo de recipientes y tubos hace pensar a los expertos cierta relación con la alquimia, aunque en el lenguaje visual del Voynich no se representan procesos ni aparecen las imágenes alquímicas canónicas (el sapo, el sol, el águila, etc.)

La parte correspondiente a ‘Cosmología’ está repleta de más diagramas circulares, algunos asimismo desplegables (uno en concreto de hasta seis páginas de largo, que muestra distintas islas interconectadas por calzadas, castillos y algo similar a un volcán).

El capítulo de ‘Farmacéutica’ guarda relación con el herbario, y recoge partes aisladas de plantas (hojas, raíces) no identificadas, salvo alguna como el cilantro o el eléboro. El libro se cierra con un texto largo, sin dibujos, que remite a los antiguos recetarios.

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Devenir histórico y clonación burgalesa

Aunque no ha faltado quien ha vinculado el manuscrito con Leonardo da Vinci, los cátaros, la tribu de Israel e incluso quien atribuye su redacción a extraterrestres, lo cierto es que tiene un rastro más o menos histórico. El primer propietario testado del libro fue Rodolfo II de Bohemia (nieto de Carlos I de España), que lo adquiere creyendo que su autoría corresponde al fraile y polígrafo franciscano Roger Bacon, una de las mentes más científicas y avanzadas de su momento.

A partir de entonces, el texto pasa por distintos propietarios: los alquimistas checos Jacobus Horcicky de Tepenecz y Georgiuos Barschius, el erudito alemán Johannes Marcus Marci, el jesuíta enciclopédico Athanasius Kircher, el bibliófrafo lituano Wilfrid M. Voynich, quien lo compra al Colegio Romano bautizando el manuscrito, y el librero Hans Peter Kraus quien, al no encontrar comprador para semejante galimatías, lo cede a la Universidad de Yale, actual propietaria.

Dispuesta a amortizar el tiempo y dinero empleados en desentrañar el significado del manuscrito, la Universidad de Yale ha confeccionado un grupo de élite (criptógrafos de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense incluidos), y ha firmado un contrato con la editorial española Siloé, con sede en Burgos, para que elaboren (están en ello desde el mes de febrero) 898 facsímiles en el plazo de dos años. Cada copia puede rondar los ocho mil euros, pero, de este modo, los expertos podrán investigar simultáneamente el libro.

Esta editorial es mundialmente conocida por sus trabajos (en su haber cuenta con la ejecución de facsímiles del Beato de Ginebra, el Libro de las horas de Laval, el Bestiario de don Juan de Austria, el Codex Calixtinus de Salamanca…), así como por su discreción.

Tal vez estemos más cerca que nunca de averiguar si este libro responde a las portentosas expectativas creadas. ¿Libro cabalístico? ¿Texto alquímico? ¿Herbario fantástico? ¿Itinerario para conseguir la piedra filosofal? ¿Obra e iniciación esotérica? ¿Compendio de saberes gnósticos? ¿Tratado cosmológico? Cualquier hipótesis, de momento, es posible.

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