Derechos Humanos

Hablemos de desigualdad

Ethic celebra su quinto aniversario debatiendo sobre un tema clave: el déficit de igualdad desde un punto de vista ético, económico, filosófico y educacional.

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04
diciembre
2016

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Ethic celebra su quinto aniversario debatiendo sobre un tema clave: el déficit de igualdad desde un punto de vista ético, económico, filosófico y educacional. José Antonio Marina, Emilio Ontiveros, Adela Cortina y José Ignacio Torreblanca analizaron la problemática más actual en el debate organizado por esta revista.

En estos cinco años, Ethic ha contado muchas cosas. Pero hay un tema troncal que sobrevuela, cuando no incide en profundidad, en cada uno de sus artículos, reportajes, entrevistas y columnas de opinión: la igualdad de oportunidades. No como un hecho -tristemente-, sino como un objetivo, necesario, a alcanzar. Esta es la línea editorial que define a la revista. El camino hacia un mundo sostenible pasa, necesariamente, por desterrar desigualdades.

Por este motivo, no podía ser otro el tema que centró ayer la celebración del quinto aniversario de Ethic. Empecemos con una sopa de datos para dar cuenta del alcance de lo debatido: el 80% de la riqueza está en manos del 1% de la población. Un 10% posee el 86% de los recursos del planeta. El 70% de las personas, esto es, miles de millones, viven en países donde la desigualdad ha aumentado alarmantemente en los últimos 30 años.

Antes que entrar en pánico, el economista Emilio Ontiveros pidió ayer sosiego y reflexión: «Para interpretar esas cifras hay que distinguir entre pobreza y desigualdad. Y dentro de la desigualdad, entre la distribución de la renta y de la riqueza. El dato inquietante está en el desigual resultado de las rentas del capital y del trabajo. Entre los asalariados, ha aumentado esa brecha. Esto se explica por las asimetrías entre el sector financiero y el no financiero. Y el analfabetismo tecnológico, que está segmentando las remuneraciones». Ontiveros expone una situación clave para entender la problemática: «La desigualdad se ha estrechado entre países, pero ha aumentado en el  seno de los países». Y pone un ejemplo: «Uno de los que más han cultivado la desigualdad, incluso con gobiernos socialdemócratas, es Rusia».

Opina el economista, por tanto, que hay que distinguir entre desigualdad y pobreza. En este segundo término, no estamos tan mal como pensamos. «Se ha reducido. El PIB global ha crecido en los últimos 30 años. Y el número de personas bajo el umbral de la pobreza ha descendido significativamente. Pero la desigualdad ha ido a peor. La desigualdad no es mala en pequeñas dosis. Tiene que haber incentivos. El problema es cuando no se garantiza la igualdad de oportunidades. En Estados Unidos, por ejemplo, ha desaparecido el american way of life.  El vendedor de periódicos ya no puede aspirar a nada. La movilidad ascendente es limitada hoy, los estratos sociales ya no son tan permeables como antes».

La filósofa Adela Cortina da una visión optimista, aunque sea tangencialmente, sobre este problema: «Desde los años 70, el gran tema ético y filosófico es el de la igualdad. Es una preocupación constante. Y eso es una buena señal. Es un tema recurrente en la filosofía moral y política». Pero advierte: «Es incompatible decir que hay dignidad mientras haya desigualdad, económica y de otros tipos: por ejemplo la de los discapacitados».

A nadie se le escapa que la crisis ha aumentado las brechas. Y que las soluciones centradas en la austeridad son, para muchos economistas, totalmente erráticas. El profesor de Ciencia Política de la UNED y jefe de Opinión de El País, José Ignacio Torreblanca, lo pone en contexto: «Estamos en un ciclo económico, político, de pensamiento, que ha vuelto a poner en la mesa el tema de la igualdad. Hemos tenido años de crecimiento y redistribución de la riqueza en las economías europeas entre las décadas de los 50 y los 80. Precisamente, coincidiendo con el ocaso del poder europeo en el mundo. Sencillamente, éramos un continente en paz. Hemos recogido los beneficios de esa globalización, pero la crisis de 2008 nos obliga a corregir la desigualdad. Y hay que estar preparados: tal vez la corrección dure otros 30 años».

¿Y qué pinta la democracia en todo esto? «Hay otro factor corrector», añade Torreblanca. «Los efectos electorales y la ruptura de las democracias por el fenómeno populista, por la derecha y la izquierda. Si tensionas las democracias con desigualdades la sometes a estrés y se rompen. Y se pueden caer por cualquiera de los dos lados, por la izquierda o por la derecha». Culmina con un pronóstico: «El reto es entender que no vamos a volver a distribuir la riqueza como antes, eso es parte del pasado y no es aplicable hoy en día. Hay que encontrar nuevas maneras».

Ontiveros aporta una conclusión llamativa: «La desigualdad no es rentable. Los ricos estadounidenses inteligentes, como Warren Buffet o Bill Gates, opinan que esta dinámica de aumento de las desigualdades dificulta el crecimiento y genera mecanismos de desafección al sistema. No lo piensan de forma altruista: saben que sus negocios peligran en un contexto así». Y da un toque de atención que invita a pensar: «La crisis nació en Estados Unidos y quien más la está pagando es Europa, por una mala gestión basada en una austeridad irracional. Un presupuesto más moral que racional».

Por alusiones, interviene Adela Cortina: «La moral debe estar al mismo nivel que lo racional». Y centra la problemática en lo que hoy conocemos con el desafortunado término de establishment: «No se puede despreciar a la gente. Pongo un ejemplo: es una lástima que aquellas élites venezolanas de antes de Hugo Chávez no aprovecharon la oportunidad de ver esas desigualdades. Y llegó Chávez, y le tocó la fibra sensible a los ciudadanos. Algo parecido a lo que ha sucedido con Donald Trump. O con el brexit. Por las emociones somos capaces de perder cualquier juicio sosegado. Las élites son muy desconsideradas. Quienes tenemos la suerte de estar en una élite intelectual tenemos una responsabilidad. A mayor poder, mayor responsabilidad. La economía del desarrollo es el papel de las élites en cada uno de los países. Es indignante que con medios para erradicar la pobreza, desde hace dos siglos, aún no lo hayamos hecho».

El FMI lanzó, hace poco, un estudio con las consecuencias pragmáticas de la desigualdad: inestabilidad financiera, y el hecho de que las familias con menor renta afrontan un endeudamiento excesivo que genera burbujas, y todo eso contamina el sistema financiero y la economía de un país. Cortina advierte: «Los economistas dicen que reducir las desigualdades es fundamental para que haya crecimiento. Por tanto, hay concordancia entre economía, ética y filosofía. Igualdad es que todos tengamos la capacidad suficiente para llevar a cabo nuestros planes de vida. Desde las élites tenemos la obligación de empoderar a la gente para que pueda desarrollarse dentro de sus capacidades».

Ontiveros añade: «Cuando en una sociedad la desigualdad regresiva de la renta es patente y afecta al engranaje económico, erosiona el crecimiento». Para el economista, hay dos medidas necesarias: repensar el sistema fiscal, promoviendo los impuestos directos progresivos sobre los indirectos, y atacar la educación, de base. «Un premio Nobel de Economía dijo una vez que la inversión más rentable para un país a largo plazo es la educación primaria».

En esto tiene mucho que decir José Antonio Marina, filósofo y ensayista, pero, ante todo, pedagogo: «A los políticos: podemos tener un sistema de alto rendimiento en cinco años. Hay presupuesto y ejemplos en otros países escandinavos y, por tanto, hay obligación de hacerlo. Si no, hay que buscar responsables. El pacto educativo no debe ser solo entre los políticos: debe empezar por la sociedad». Y finaliza con una frase taxativa: «No estamos en la sociedad del conocimiento sino del aprendizaje. Todo cambia a tal velocidad que el aprendizaje es continuo. Es la mejor forma de combatir la desigualdad: hay que enseñar a aprender».

En su discurso de clausura, el editor de Ethic, Pablo Blázquez, señaló que han sido «cinco años de intensos, de batallas y no poco sufrimientos, pero también cinco años de alegrías, de satisfacciones de reconocimientos». «No cambiaría nada de lo que ha ocurrido en este tiempo. La respuesta ha sido increíble, y eso significa que estamos cumpliendo nuestro primer objetivo, que es conectar la ética y la sostenibilidad con los ciudadanos. Y desde la trinchera informativa estamos librando las batallas que hay que librar el el siglo XXI: cambio climático y transición energética, pobreza y desigualdad, transparencia y lucha contra la corrupción, educación, diversidad, derechos humanos…».

El equipo de Ethic, explicó Blázquez, se considera «un taller de artesanos». «Tener espíritu de artesano, tener esa dedicación auténtica cuando trabajas con un material tal delicado y tan necesario como la información te ayuda mucho a hacer bien tu trabajo», añadió.

Blázquez reivindicó «el papel transformador de los medios» y «la cultura de la colaboración y de las alianzas» para superar los desafíos sociales y medioambientales a los que nos enfrentamos. «Lo estamos viendo en el tablero político, donde las alianzas van ser fundamentales, pera pasa exactamente lo mismo ante cualquier reto que nos pongamos por delante. La colaboración es indispensable, ya sea para conseguir de una vez por todas la igualdad salarial de la mejor o ya sea para mejorar la calidad del aire en ciudades como Madrid o Londres», concluyó.

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