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Lo que no sabemos de Internet

En países como China o Irán, la Deep Web permite sortear la censura. Pero navegar por Internet sin dejar rastro también da impunidad a la pederastia, el contrabando o el terrorismo.

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16
abril
2016

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A priori, la posibilidad de navegar por internet sin dejar rastro es algo positivo. Uno evita que las empresas controlen sus movimientos en la red y los sumen al big data y, por tanto, no será bombardeado a diario con publicidad personalizada e invasiva. Pero tiene aún más sentido en los países con déficit democrático. Lo reconocen desde la unidad de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil: «En lugares como China e Irán, la Deep Web permite sortear la censura. Y eso siempre es positivo».

Navegar desde el anonimato tiene su contrapartida: «La Deep Web es un caldo de cultivo de delincuencia», dicen desde este cuerpo policial. Pederastia, venta de objetos robados y contrabando de casi cualquier cosa que a uno se le pase por la cabeza se ejercen con total impunidad por la dificultad de localizar estas actividades.

Acceder es tan sencillo como instalarse el navegador Tor. Basta con teclearlo en Google, bajárselo, y en unos segundos estará funcionando en su disco duro. Estas siglas significan The Onion Router y nacieron hace una década de la mano de tres investigadores del Laboratorio de Investigación Naval de Estados Unidos. Buscaban una forma anónima de navegar por la web y crearon un navegador en el cual la información pasa por varios niveles de cifrado y no se identifica con una IP concreta. El nombre, ‘cebolla’ en inglés, no es casual: hay que quitar muchas capas antes de llegar al meollo.

Por eso la navegación a través de Tor recuerda a la de los años 90: es lenta y los gráficos tienen poca definición, pero a cambio el usuario tiene la garantía de que su día a día no estará controlado por empresas ni organismos públicos. «La Deep Web ha sido una bendición para aquellos que sufren persecución política, de eso no hay duda. Ha permitido cosas tan buenas como Wikileaks o Anonymous. El problema es que también es un coladero de delincuentes», dice Andrés Ortiz, periodista experto en comunicación online. Sabe de lo que habla. Ha publicado recientemente #Yihad, un libro que recoge una investigación que le llevó a infiltrarse, a través de Internet, en foros del ISIS. «Con un poco de paciencia, no es complicado encontrar publicaciones proselitistas de los terroristas, manuales sobre cómo fabricar bombas e incluso dar con captadores sirios», cuenta.

La memoria de la Fiscalía de Sevilla, en 2014, reflejaba que el 3% de la delincuencia descubierta en la red era corrupción de menores, acoso y distribución de pornografía infantil. La mayoría de las denuncias que se tramitaron por delitos telemáticos fueron por estafa. «En la Deep Web los hackers se mueven a sus anchas. A cambio de dinero, pueden entrar en las redes sociales de la persona elegida y destrozarle la vida. También en sus cuentas bancarias y correos electrónicos. Solo depende de cuánto esté uno dispuesto a pagar», dice un agente.

La forma de pago también es irrastreable: la moneda oficial de la Deep Web es el bitcoin. Es virtual y se basa en el protocolo P2P. Fluctúa al margen de los bancos centrales y las políticas gubernamentales. Su valor se determina en tiempo real por el número de transacciones realizadas. Se pueden comprar directamente con una tarjeta bancaria en diversas páginas web, y también hay cajeros físicos donde realizar el cambio de divisa.

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Hoy, una unidad equivale a unos 380 euros y cada 10 minutos se emiten 25 bitcoins. En España se realizan 100.000 transacciones diarias. Su uso no está sometido a impuestos, ya que las transacciones se realizan a través de una red de ordenadores establecida por todo el mundo. Su perdurabilidad depende que esta red siga aumentando día a día, porque cada nuevo bitcoin requiere servidores más potentes. En la red oculta abundan los servicios de blanqueo de dinero a través de bitcoins.

La contradicción que representa la Deep Web en sí misma quedó reflejada hace cinco años con un ejemplo paradigmático: William Ross Ulbricht, un veinteañero estadounidense, fundó Silk Road, una web online de compraventa de drogas a la que se accedía a través de Tor. Por una serie de descuidos el FBI lo localizó y hoy cumple dos cadenas perpetuas. Él siempre defendió que su proyecto iba mucho más allá de la mera venta de sustancias: gracias a su actividad, desterraba el contrabando de las calles y quitaba poder a las mafias y los cárteles sanguinarios.

«La Deep Web tiene dos caras», dice Ortiz, «como todo, que sea algo positivo o negativo depende del uso que se le dé. Pero está claro que ya hay que aceptarla como una realidad». Las cifras lo avalan: por el momento, el contenido oculto de internet ya es 550 veces mayor que el que está a la vista de todos, según un estudio de la Universidad de Berkeley. Una tendencia que crece día a día.

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