Diversidad

Una mujer, un voto

Hace 90 años se aprobaba el derecho al voto femenino en España. El símbolo de la conquista: la diputada por Madrid Clara Campoamor.

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29
septiembre
2015

Era 1 de octubre de 1931 y el Congreso de los Diputados se convertiría en el escenario de una de las mayores conquistas democráticas de la historia de España. De los 470 escaños, 468 estaban ocupados por trajes con corbata. Las únicas dos voces femeninas, las de Clara Campoamor y Victoria Kent.

Aquella mañana, una sobresaldría por encima de las demás: «No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar, al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella».

La diputada Campoamor lograría, tras un memorable discurso relegado al olvido, acercar a las mujeres hacia el lugar que las correspondía por un porcentaje de votos que aun así estremece: 161 frente a 131. En las elecciones de 1933, la mitad de la población que hasta entonces había sido ignorada pudo acudir, papeleta en mano, a las urnas.

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«Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino», manifestó Campoamor ante las Cortes.

Su defensa se dirigía tanto a la derecha más reaccionaria como a sectores de su propio partido (Partido Radical de Lerroux) que preferían aplazar el voto de las mujeres porque consideraban que este perjudicaría a la causa republicana. También las posturas entre Campoamor y Kent (Partido Radical Socialista), a pesar de que aparentemente tenían mucho en común, quedaron enfrentadas por el mismo motivo.

Pero Campoamor nunca aceptó la premisa de que el fin justifica los medios. «No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención», espetó tenazmente la mujer a quien hoy debemos agradecer que, incluso tras el largo paréntesis que supuso el franquismo, no se haya vuelto a cuestionar en España el derecho al voto de las mujeres.

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