ENTREVISTAS

«Hay que luchar siempre contra el poder»

El apellido le va bien: por sus modales y su uso del castellano. A sus 90 años, José Manuel Caballero Bonald aún batalla a diario contra molinos como la mediocridad o la injusticia.

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01
junio
2015
Entrevista Caballero Bonald poesia

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El apellido le va bien: por sus modales y su uso del castellano, que en él suena pródigo, esmerado, casi quijotesco. Quizás porque José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) tiene mucho del personaje cervantino. A sus 90 años aún batalla a diario contra molinos como la mediocridad o la injusticia, algo que empezó a divisar muy joven desde la azotea de su Cádiz natal y que ha seguido denunciando desde Palma de Mallorca, Colombia, Cuba, París o Madrid.

Como arma, este caballero moderno premiado con los principales galardones del país (Cervantes, Nacional de Letras, Nacional de Poesía…) enarbola la pureza de letras. Este año ha publicado Anatomía poética y ya prepara un nuevo libro de poemas. Se apoya –cuenta- en sus clásicos: Góngora, Juan Ramón Jiménez, Cernuda y Octavio Paz, por citar algunos.

El escritor recibe a Ethic en su casa de Madrid. Al final de la charla, apunta: «No me ha preguntado nada sobre los recortes en educación y sanidad». Y, parándose en cada sílaba, explica que está verdaderamente preocupado por el futuro inmediato de la juventud. «Un verdadero demócrata es aquel que trabaja para la posteridad, para la segunda y tercera generación, y eso no lo veo aquí». La ironía llega cuando habla de la patria: «Una palabra triste, como termómetro o ascensor», señala recuperando a Neruda. 

Resulta difícil preguntar esto a una persona tantas veces entrevistada y tan reflexiva: ¿Qué cosas se cuestiona usted en el silencio de sus años?

Siempre me estoy haciendo preguntas. Es un hábito que se intensifica con los años. Me he ido volviendo cada vez más escéptico, más descreído, pero también me he ido volviendo más reflexivo, más crítico con la vida y con la sociedad, más heterodoxo. Me pregunto constantemente sobre cuestiones que tienen cada día una distinta respuesta. La poesía también tiene mucho de respuesta a esas preguntas sobre la vida. Buscar a través de las palabras esas reflexiones es poesía y es literatura.

Decía González Ruano que uno se hace viejo cuando pierde la curiosidad.

Ya no hay nada que me vuelva joven. La vejez es una sucesión de pérdidas y despojamientos. Te vas quedando sin futuro, se te van agotando los estímulos. Lo único que quizá me rejuvenezca en un sentido psicológico es la escritura, el hecho de seguir escribiendo poesía. Eso es como una terapia para no claudicar.

Usted pertencía al grupo de poetas de los 50, un colectivo en contra de la mediocridad y partidarios de la felicidad. ¿Cómo se lucha contra lo uno y se busca lo segundo, la felicidad?

Pues, no sé… Hay muchos modos de luchar contra la mediocridad. Supongo que no se trata de una estrategia consciente, deliberada, sino de un instinto, de una manera de ser. Nosotros, ese grupo de amigos poetas, nos enfrentábamos a la grisura ambiental, a los mediocres, a los biempensantes de turno, bebiendo y trasnochando, es decir, haciendo todo aquello que los convencionalistas prohibían. Ángel González decía que nosotros aportamos una nueva forma de vivir y de beber. También apostatábamos en aquel clima hostil de la posguerra por una cierta felicidad, por una cierta decencia a través de la lucha clandestina contra el franquismo.

Si tuviera hoy 20 años, ¿cómo huiría ahora de la mediocridad?

Los jóvenes pueden rebelarse siendo desobedientes y apartándose de las normas que dicta el poder. Creo que hay que luchar siempre contra el poder, sea del símbolo que sea y descubrir siempre los desvíos que provoca. Hay que huir de la sumisión y del gregarismo.

España vuelve a atravesar una de sus crisis cíclicas. Como en el 98, muchos la explican desde el fatalismo del carácter, casi de la condición. ¿Es para tanto?

Bueno, de eso habría mucho que hablar. Detesto las generalidades y ese simplismo interpretativo de la historia. Pero la crisis, esta crisis, no parece que lleve trazas de acabarse. Yo creo que hay una desigualdad, un desajuste social en todos los sentidos, un trastorno de valores que exige una regeneración cada vez más urgente.

Dice que le quita el sueño el abismo al que vamos a llegar, que estamos ante un fin de época, de una nueva historia.

Es posible que sean los bordes del abismo, pero no sé hasta dónde llegan esos bordes. Es una sensación extraña. Estamos ante el fin de una época y eso te hace sentirte como amenazado por algo que no sabes muy bien lo que es. No es que sea pesimista, no creo que lo sea, pero lo que estamos viviendo hoy por hoy me desazona, me aturde, me rebaja un nivel de entusiasmo que también acaba agotándose con la edad.

Apoyó en su día al 15M. ¿Le da miedo la fuerza que ha tomado Podemos?

A mí no me da miedo; al revés. Con lo de Podemos creo que se ha exagerado muchísimo. El capitalismo está generando mucha desigualdad y tienen miedo a Podemos –que yo considero que simplemente defiende una postura socialdemócrata— porque creen que se va a producir un desorden o una desestabilización de los estamentos tal y como son hoy. Yo he leído el documento que han escrito los economistas y me parece muy sensato. No entiendo de economía política, pero no creo que sean tan revolucionarios como dicen los empresarios que denuncian que van a venirles a quitar sus propiedades. Estoy con ellos, como con el 15M y el movimiento asambleario.

¿Qué le da miedo a usted?

Uno siempre tiene miedo de cosas. Forman parte de tu propia educación sentimental. Están los miedos repentinos por cosas impensadas. Los míos son más abstractos. Una cosa que me aterra es el concepto de universo, del espacio sideral. Me produce verdadero vértigo pensar cómo funcionan los astros, las galaxias, las estrellas. A veces me provoca hasta un sentimiento de pavor.

Ortega y Gasset decía: «Siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñas». Maestro, ¿de qué debería dudar de sus lecciones?

Las dudas forman parte de tu propio sentido de la vida, del fondo de tu pensamiento crítico. Las dudas son un incentivo para conocerte mejor, para saber mejor quién eres, por dónde andas. Me pasa que cada día dudo de más cosas, que cada día creo menos en muchas de las cosas que aprendí. Quizá el título de mi próximo libro, Desaprendizajes, tenga algo que ver con todo eso. Además, siempre digo que el que no tiene dudas es lo más parecido a un imbécil.

¿Cómo estamos de ética en España?

¿De ética? Yo no soy ningún autor de estadísticas, pero me da la impresión de que la ética, como tal orientación de la conducta humana, tiene ya un significado muy precario en la vida social española. Se ha ido disipando con la indecencia.

En su último libro habla de la «utopía consecutivamente diferida». ¿Hay esperanza? ¿La solución es la utopía?

Bueno, sí, en un sentido –digamos- utópico. Me gustar repetir que la utopía es una esperanza consecutivamente diferida. Hay que ser utópicos. Siempre queda esa reserva de esperanza que nos hace seguir adelante. Si no, todo sería una estafa.

¿Cómo de buena o mala ha sido la globalización para los dos mundos, el rico y el pobre, el norte y el sur?

Tengo mis dudas, como de tantas cosas. Mis conocimientos de economía, o de economía política, son más bien nulos, pero pienso que la globalización, tal como se ha planteado en Europa, viene a ser como una herramienta más del gran capital, de las multinacionales, para ir acumulando más poder, más riqueza. Hay que luchar contra todo eso, contra todo lo que tienda a la marginación, la exclusión social, la insolidaridad, el feroz desequilibrio que provoca el capitalismo.

Sigamos con la utopía, pero llegada a la literatura. ¿Cuándo el texto es estéticamente bueno? ¿Es posible la perfección?

Es posible, o lo es en teoría, porque la literatura, como arte, está en permanente estado de perfeccionamiento. Claro que también el buen poema, el poema insuperable, es como un fin de trayecto imposible, como algo abstracto que se parece mucho a la utopía porque sondear en la realidad en busca de una explicación concreta te lleva al abismo. Todo arte es perfectible, se puede estar perfeccionado hasta el infinito… Pero la perfección es como la eternidad: un aburrimiento.

¿Cómo explicaría la estética del lenguaje de la poesía a alguien que no sepa de literatura, de música?

Diría que todo aquello que, a través del lenguaje, ilumina la oscuridad, te descubre una nueva noción del mundo y te enriquece con una interpretación desconocida y emocionante de la realidad. La poesía es un hecho lingüístico y, a través de la palabra, el poeta busca una nueva realidad. El tema es lo de menos. Esa palabra en poesía tiene que significar algo más que lo que significa en los diccionarios.

Muéstreme algo estético.

Uy, qué difícil. Por ejemplo cuando Rimbaud habla del «razonado desorden». Esas dos palabras abren todo un mundo tras una expresión aparentemente simple.

Se suele entender la poesía como un trance creativo dependiente de la intimidad, la introspección, el runrún interior. ¿Es necesaria esa suerte de aislamiento sentimental?

No. No es necesario, pero eso también depende del poeta o de la clase de poesía que escriba. La introspección, el sondeo en la memoria, es para mí una herramienta creadora imprescindible, es como verbalizar tu interioridad. Yo escribo porque recuerdo lo que he vivido, aunque luego, a medida que se estructura el poema, todo eso queda desvanecido, incluso modificado por la propia exigencia expresiva del texto.

¿Cómo afecta en la estética de la creación ser de un lugar como Cádiz? Y lo digo valorando otras músicas, otros ritmos, como los que usted tan bien conoce del realismo mágico, en Colombia, con su Magdalena Medio, su barroquismo y fantasía.

Vamos a ver… Yo creo que habría que hablar en este caso de la influencia que ejerce la naturaleza sobre sus moradores. El paisaje con el que convives afecta de algún modo a tu educación sentimental. No es lo mismo, a efectos sensibles, vivir en una montaña solitaria que en un puerto de mar. El hecho de que yo viva ahora buena parte del año frente al Coto de Doñana incumbe, o yo quiero que ocurra así, a mi conducta de escritor.

Alguna vez ha reflexionado sobre la abundancia de poetas grandes en Andalucía en contraste con el número de grandes novelistas. ¿Existen lugares o momentos históricos propicios para la poesía por encima de otros géneros literarios?

Deben existir, aunque tampoco sabría explicar bien por qué. En Andalucía ha habido notables poetas. De eso no hay duda, y muy escasos novelistas. Puede ser por el influjo de la naturaleza que explicaba sobre sus moradores. Tal vez sea una cuestión de educación lingüística. Andalucía, o ciertos sectores andaluces, ha estado un poco al margen de los contagios costumbristas urbanos y eso ha propiciado que se mantenga una lengua rica en matices, gráfica, imaginativa e ingeniosa y repleta de unas palabras aparentemente arcaicas. Tal vez venga de ahí la inclinación por la poesía, la sensibilización expresiva.

Sin el don del ritmo tanto en prosa como en poesía, ¿es posible ser un buen escritor a partir de un enfoque particular de la recreación? ¿Se puede compensar la falta de calidad literaria en la forma con la originalidad del fondo, la creatividad de ideas?

No, en absoluto. A mí el asunto de un texto literario, su trama argumental, casi no me afecta para nada. Me da igual lo que me cuente un escritor si lo que me cuenta está concebido sin esmero estilístico, sin cuidado formal, a la ligera… La poesía, la novela, el ensayo, se quedan en nada si falla el lenguaje, si se abandona la estructura del texto, su ritmo, su tonalidad, su adjetivación… Todos los argumentos posibles están ya, por ejemplo, en la tragedia griega, en los poemas de las culturas clásicas. Lo único que importa en la escritura literaria es su calidad formal.

Cambiemos de arte. Es usted historiador de flamenco. Cuéntenos.

Sí, soy un viejo aficionado del flamenco. Yo me acerqué a él cuando a nadie le interesaba, cuando era algo solo para fiestas y juergas nocturnas de señoritos. Entonces era algo muy marginado, tabernario y prostibulario, algo así como el jazz en Nueva Orleans. Estaba muy mal visto. Era de gente miserable que vivía en casuchas, en cuevas, pobres, gentes que cantaban de esa forma inmemorial. Me fascinó que de tan pobre cuna naciera una música tan solemne. Con el tiempo hice un archivo del cante flamenco con cantaores anónimos, viejos. Salvé del olvido muchos palos del flamenco que hoy se cantan.

Y por último, ¿existe el talento autodestructivo? ¿Cómo se puede salvar?

Ni idea. Supongo que eso del talento autodestructivo es más bien como una trampa mortal. El que se acerca a ella ya no sale de allí.

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