Opinión

La victoria contra la desigualdad

Históricamente, el agua ha sido un factor de desigualdad. En la actualidad, más de 700 millones de personas aún no tiene acceso al agua potable.

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11
mayo
2015

La comunidad internacional tiene por delante este año diversos hitos en los que debe adoptar decisiones cuyos efectos se medirán en las próximas décadas. Está en juego la implementación de medidas para erradicar la pobreza y el hambre, la mejora de la salud y la educación, la construcción de ciudades más sostenibles y la lucha contra el cambio climático. En otras palabras, está en discusión la elección de un camino hacia un crecimiento sostenible, que construya condiciones de bienestar y de progreso en todas las zonas del planeta o bien la repetición de errores que han sido la causa de una profunda brecha. Se trata de una oportunidad para invertir esa situación.

Históricamente, el agua ha sido un factor de desigualdad entre los pueblos. Las grandes civilizaciones han creado su progreso y su desarrollo en torno al agua y, por contra, otras se han visto gravemente condicionadas por su escasez. En materia de recursos hídricos, el reto actual es probablemente el más difícil que ha tenido la humanidad en su historia. Un desafío a corto y a medio plazo. En primer lugar, se deben consensuar acuerdos firmes para dar continuidad y profundizar en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio que concluyen este año; en segundo término, dar luz verde a las nuevas metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2015 a 2030, que se debatirán en la Cumbre de septiembre de Naciones Unidas en Nueva York. En resumen, el acceso universal al agua y el saneamiento para todas las personas y desarrollar las condiciones para para afrontar el gran crecimiento demográfico que se prevé. En la actualidad, una décima parte de la población mundial, más de 700 millones de personas, continúa sin acceso al agua potable. Un tercio -2.500 millones- carece de servicios de saneamiento, lo que se traduce en una elevada tasa de enfermedades y de mortalidad infantil y materna. Al desafío que nos marcamos a principios de este siglo  –agua y servicios de saneamiento para todos-, hay que sumar ahora la perentoria urgencia de desplegar un proyecto de gestión sostenible para las próximas dos décadas. Y ello porque, para entonces, la población mundial sobrepasará los 8.000 millones de personas y la demanda de agua, energía y alimentos será, al menos, un 30% superior a la actual.

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El agua es el eje fundamental sobre el que construir un modelo sostenible, un modelo  cómplice y respetuoso con nuestro entorno natural para reducir los impactos negativos de nuestra actividad sobre el medio ambiente. La gran asignatura pendiente en este campo debe abordarse en la próxima Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que tendrá lugar en París y que debe llegar a un acuerdo internacional sobre el clima para después de 2020. Es imprescindible dejar atrás el modelo lineal de producción propio de la revolución industrial que, durante los últimos 150 años, ha malgastado buena parte de las materias primas y maltratado los recursos  de la naturaleza. En su lugar, la nueva economía circular promueve un uso eficiente de los recursos naturales, dotar de rentabilidad al proceso y reutilizar buena parte de los productos. Y, sobre todo, exigirnos la implantación de mecanismos limpios para su depuración, antes de su retorno a la biosfera. Además de la gestión del ciclo integral del agua en el abastecimiento a la población, estas buenas prácticas son imprescindibles en todas las esferas y usos del agua, en los procesos industriales, en la extracción y producción de hidrocarburos y de energía eléctrica así como en la cadena alimentaria.

Sabemos el camino, pero hay una enorme tarea por delante. Se trata de convertir la ciencia en tecnologías y soluciones limpias. La colaboración en investigación e innovación entre empresas y universidades ha permitido la puesta en marcha de algunos casos de éxito esperanzadores, como los procedimientos electroquímicos en la extracción y producción de hidrocarburos, la gestión de fangos o la aplicación de nuevas tecnologías para una gestión más eficiente del agua.

En definitiva, tenemos el conocimiento, el talento y la experiencia. Hace falta compartirlas y aplicarlas. Contamos, por tanto, con soluciones para afrontar los retos del agua en cada zona del planeta y también con las herramientas adecuadas para colaborar y cooperar. Somos conscientes de que los recursos naturales no son infinitos. Hay reservas suficientes pero hace falta un nuevo modelo de gestión. Es una responsabilidad de todos: de las personas, de las administraciones, de las organizaciones internacionales, de las universidades, de las empresas… Si somos capaces de construir un liderazgo colectivo para alcanzar un modelo de desarrollo sostenible, el agua dejará de ser ese factor histórico que ha contribuido a la desigualdad entre los pueblos para convertirse en un motor fundamental para la igualdad de todos y para el bienestar.

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