Internacional

China: la eterna paradoja

Desciframos las claves para comprender cómo evoluciona el país que puede sustituir a Estados Unidos como primera potencia económica mundial.

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28
mayo
2015

El milagro económico chino convive con la represión, la desigualdad y unos niveles de contaminación mortales. Desciframos las claves para comprender cómo evoluciona el país que puede sustituir a Estados Unidos como primera potencia económica mundial.

En un mundo interconectado y globalizado, conceptos como ‘progreso’ o ‘modernización’ pueden resultar una incubadora de paradojas. A pesar de su acepción positiva, en ocasiones el progreso no es, en efecto, garante de los derechos individuales ni mucho menos de la sostenibilidad del entorno. El espectacular crecimiento de la economía china se da de bruces con la desigualdad social, la censura y unos índices de contaminación alarmantes. Contrastes íntimamente ligados al modelo de desarrollo elegido por el gigante asiático, que hoy se afana, sin embargo, en explorar nuevas vías de crecimiento.

China entró en 2015 con un dato que despertó temores en los mercados: su expansión se ha ralentizado por primera vez desde los años 90. Aun así, su crecimiento -del 7,4%- sigue siendo envidiable para cualquier economía. El propio Fondo Monetario Internacional estima que su PIB se expandirá un 6,8% en 2015 y un 6,3% en 2016. Parece que los días en que el incremento de su PIB superaba el 10% anual han quedado atrás y que un nuevo capítulo se abre: China pretende transformar su modelo productivo, situando el consumo interno como verdadero motor de riqueza, en detrimento de las exportaciones, y frenando la expansión del crédito que amenazaba con recalentar la economía.

Luis Servén, responsable de Análisis Macroeconómico del Banco Mundial, advierte que, en lugar de una desaceleración gradual del crecimiento, en China se puede producir un «aterrizaje forzoso» derivado del boom del crédito y el deterioro de las carteras crediticias de la banca. «En una economía abierta, y la china lo es desde que entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, el déficit entre ahorro e inversión lo cubres o lo financias con deuda externa», explica Rodolfo Rieznik, de Economistas Sin Fronteras. «Ese aterrizaje forzoso es un eufemismo para decir que necesitas un plan de ajuste si no eres capaz de reequilibrar la relación entre ahorro e inversión y no terminar dependiendo en el largo plazo de la ayuda externa; un problema que hasta ahora China había eludido».

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«El modelo de crecimiento basado en un aumento de las inversiones y de las exportaciones intensivas en mano de obra se está agotando y ahora el gran desafío de la economía china es alcanzar un crecimiento vinculado al desarrollo del mercado doméstico y de actividades productivas de mayor valor añadido», sostiene Mario Esteban, investigador de Asia-Pacífico del Real Instituto Elcano. Rieznik, por su parte, asegura que China empieza a sufrir lenta, pero sostenidamente, que su mercado interno se encarece y sus costes, también. «Su deuda financiera crecerá (la deuda pública actual es del 30%), su balanza comercial empezará a ser una preocupación creciente y bajarán sus extraordinarias reservas de divisas que financian, por otra parte, la deuda de EEUU (15 billones de dólares, el 100% del PIB). Estos desequilibrios potenciales de China la obligarán a renegociar aspectos del sistema monetario internacional vigente desde Bretton Woods – esto es, desde 1944– como es el peso de su moneda», vaticina.

Precisamente para evitar financiarse con el Banco Mundial o el FMI, en donde predomina el dólar como moneda de referencia, China está creando un Banco de Inversión, con la participación de Gran Bretaña, Italia, Francia y Alemania. Esta entidad, que responde a la siglas de BAAI y cuya creación ha irritado a Estados Unidos, fue creada en Pekín en 2014 para impulsar la inversión en materia de transporte, energía, telecomunicaciones y otras obras de infraestructura. Desde el principio ha sido percibido como un rival para el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo.

No hay que olvidar que China continúa siendo la segunda economía mundial. Tiene 4 billones de dólares de reservas, fruto de su competitividad exportadora. Pero el giro de tuerca que se pretende impulsar desde Pekín –basar el crecimiento en la demanda interna– precisa de un mayor repunte del poder adquisitivo de los ciudadanos. Aunque el porcentaje de la población china que vive por debajo del umbral de la pobreza se ha reducido en más de 65 puntos desde inicios de los años 80, «esto se ha conseguido a la vez que se incrementaban de forma exponencial las desigualdades entre el mundo urbano y el mundo rural, y entre la costa y el interior», puntualiza Mario Esteban. Uno de los fenómenos más significativos dentro de este proceso es la aparición de una creciente clase media a la que pertenecerían entre 200 y 500 millones de personas y que, según la División de Población de Naciones Unidas, en 2030 ascenderá a cerca de 1.400 millones. Además, según sostiene Áurea Moltó, subdirectora del grupo editorial Política Exterior, «los costes laborales han subido considerablemente, entre otros factores, por las crecientes demandas sociales y por la necesidad de afrontar costes de impacto medioambiental que ya no pueden eludirse».

El comercio de China con el resto del mundo se ha multiplicado por siete durante los doce años que siguieron a la entrada del gigante asiático en la OMC: de 500.000 millones de dólares en 2001 a 3,87 billones en 2012. «La adhesión de China a la OMC le permitió adquirir el estatus de ‘nación más favorecida’ que, en combinación con la ventaja comparativa de su mano de obra barata, tuvo máximo efecto. China se convirtió así en la fábrica del mundo y muchas multinacionales optaron por deslocalizar parte de su producción», apunta Juan Pablo Cardenal, co-autor del libro La silenciosa conquista china.

«Pertenecer al club comercial obligó a China a una profunda cirugía. Unas 2.300 leyes nacionales y 190.000 normativas locales fueron reformadas, poniendo con ello los cimientos de una economía más o menos próxima a una de mercado», continúa. Todo ello sirvió para atraer grandes inversiones extranjeras. Las multinacionales aportaron su tecnología, un factor clave para poder cambiar la estructura de su comercio. Conviene también señalar el peso del intercambio de bienes falsificados. Sólo durante 2013, el Departamento de Aduanas en España intervino más de dos millones de estos productos. Los datos de Hacienda revelan que el 67% de estas falsificaciones procede de Asia (el otro 31%, de África). El valor que podían haber alcanzado en el mercado nacional se calcula en aproximadamente 230 millones de euros.

Golpe al medio ambiente

Según Cardenal, es justo admitir que para el crecimiento de China se ha pagado un alto precio, sobre todo en términos medioambientales y de desigualdad. Seguida de Estados Unidos, lidera el ranking de países más contaminadores. Aunque eso no ha hecho agazaparse a las autoridades de Pekín, que apuestan por albergar los Juegos Olímpicos de Invierno en 2022. Con motivo de la presentación de su candidatura, el Gobierno de Xi Jinping ha prometido implantar un plan para reducir los niveles de contaminación entre 2017 y 2022. La nube tóxica que envuelve las grandes urbes chinas provocó 670.000 muertes prematuras sólo en 2012, según una investigación de las universidades de Pekín y Tsinghua.

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El acuerdo de China y Estados Unidos para frenar el cambio climático es un hito. Pero los expertos y ecologistas creen que, aunque necesario, su compromiso podría ir mucho más allá. «El modelo chino se basa en los combustibles fósiles y eso está provocando grandes problemas ambientales en sus ciudades», recuerda el jefe del Área de Energía y Cambio Climático de Greenpeace, José Luis García.

Pero quizá la gran paradoja, y para muchos la esperanza, es que China –cuyo acelerado desarrollo le ha convertido en el principal responsable actual del futuro cambio climático– sea el país que más invierte en energías renovables, y con mucha diferencia. Solo en 2014 destinó a fuentes limpias 83.000 millones de dólares (el segundo fue Estados Unidos, con 38.000 millones). Esta tendencia podría percibirse como una alternativa creciente al carbón, que todavía alimenta el 70% del consumo total de energía del gigante asiático. Otra buena señal es el reciente anuncio de un plan de eficiencia energética que pretende reducir el uso de este combustible en 160 millones de toneladas para 2020.

Diferentes estudios coinciden en que China incumple sistemáticamente las normas que obligan a instalar filtros y a tratar los residuos, siempre bajo la coartada de mantener la productividad. De las 20 ciudades más contaminadas del mundo, 16 se encuentran en China. Una verdad incómoda que no interesa dar a conocer desde las altas esferas políticas y empresariales. La periodista Chai Jing lo sabe bien. Su documental Under the Dome (Bajo la cúpula), que abordaba los graves perjuicios de la contaminación y el cual vieron a través de Internet más de 200 millones de personas en sólo cinco días, desapareció de todos los portales del país como si de un espejismo se hubiese tratado. Los enlaces que antes conducían a la grabación ahora dan error o llevan a una serie televisiva de ciencia ficción de la que el documental tomaba el nombre. Según William Nee, investigador de Amnistía Internacional, «el modelo de Internet en China es un modelo de prohibición y control extremos». Nada de Facebook. Nada de Youtube. Nada de Twitter. La censura incluye el acceso a medios de relevancia internacional como BBC o The New York Times. Y, por supuesto, ni una sola referencia a los incidentes en 1989 en la Plaza de Tiananmen.

«La mitad que le falta a China es la que los europeos nos cuestionamos: la sostenibilidad ambiental y los derechos humanos, la libertad de prensa y la existencia de unas instituciones independientes», puntualiza José Ignacio Torreblanca, director del la oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y profesor de Ciencia Política en la UNED, quien asegura que la democracia también es rentable económicamente.

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Mario Esteban, del Instituto Elcano, pone el foco en las incongruencias por parte de la comunidad internacional: «Sería deseable que la población China disfrutase de un mayor nivel de libertades, incluyendo el acceso a información y la libertad de expresión a través de Internet. No sé si es todavía más irónico que China se haya convertido en uno de los principales productores tecnológicos del planeta gracias a la deslocalización en su territorio de actividades productivas por parte de empresas de países democráticos; o que gran parte de la sociedad civil occidental que lamenta la censura en China, o las condiciones laborales de estas empresas, consuma sus productos de forma acrítica», reprocha.

«La comunidad internacional tiene en su mano los convenios y acuerdos internacionales sobre derechos humanos. Eso es la teoría, claro», apunta Áurea Moltó, «pero lo cierto es que, en las relaciones con China, cualquier cuestión vinculada con derechos humanos dentro del país lleva a un callejón sin salida. Su poder comercial y financiero es enorme. Es esta falta de coherencia interna lo que da poder a las autoridades chinas para no aceptar lo que consideran ‘injerencias inaceptables’» Que España modificara su legislación en materia de justicia universal para satisfacer a Pekín es un buen ejemplo.

El país más poblado del mundo -1.357 millones de personas- y una de las mayores potencias mundiales carece, incluso, de sufragio universal, algo que en 2007 el Gobierno prometió implantar para los comicios de Hong Kong de 2017, al mismo tiempo que proponía el voto directo pero limitado a candidatos que «amen a la patria y a Hong Kong», según establece la Ley Básica, una especie de Constitución de la ciudad. Con todo, las semillas del inconformismo han empezado a brotar. Se evidenció en octubre de 2014, cuando las protestas invadieron las calles de Hong Kong. «Los ciudadanos chinos, durante tantos años sometidos, obedientes, silenciosos, han salido a las calles para expresar audazmente su descontento. Quieren mostrar a las autoridades del ‘gran dragón’ y al mundo en su conjunto su disconformidad, sus ansias de emancipación», sostiene Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco.

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