Cultura

La globalización: una cuestión palpitante

Las profundas transformaciones que, desde los años 80, caminan al ritmo del proceso de globalización ponen de manifiesto un cambio de escala en la concepción que tenemos del mundo.

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11
febrero
2015

Las profundas transformaciones que, desde los años 80, caminan al ritmo del proceso de globalización ponen de manifiesto un cambio de escala en la concepción que tenemos del mundo. Pero mientras algunos expertos reciben con positivismo este avance hacia una ‘aldea global’, otros consideran que la globalización como adalid de la libertad y de la riqueza tiene más de mito que de realidad.

Es patente que el mundo de hoy se caracteriza por un “todo vinculado con todo”, en palabras de Emilio Lamo de Espinosa, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Real Instituto Elcano. Se trata de un proceso de liberalización de intercambios, desregulación de mercados, transportes y comunicación. En definitiva, redes de interacción que no entienden de fronteras y que vienen impulsadas por las nuevas tecnologías e internet.

Lamo de Espinosa fue protagonista, junto con el también catedrático de Sociología Juan Díez Medrano (Universidad Carlos III de Madrid), del último encuentro organizado por la Fundación Juan March, bajo el título ‘Globalización: una cuestión palpitante’. Tanto la transformación cultural como la económica, elemento inseparable de la globalización tal como la conocemos, fueron los epicentros de sus intervenciones.

La libre circulación de capitales en un mercado menos regulado es lo que ha permitido, según Lamo de Espinosa, que las multinacionales hayan podido “romper con la estatalización”. Lo cierto es que las más importantes empresas trasnacionales, cuyas sedes encontramos en grandes centros financieros como Nueva York o Tokio, tienen deslocalizada su producción. En base a ello, Díez Medrano acoge con escepticismo el concepto de ‘gobernanza global’: “El sector empresarial vive bastante a gusto en un mundo sin techo político”, sostiene.

De este punto surge otro debate: ¿cómo y hasta qué nivel se está desplazando el sistema de poderes? Lamo de Espinosa afirma que se está difuminando. “El poder sigue territorializado, pero en la sociedad mundial. Y lo que hay en medio es un desgobierno”, añade: “El clima, las migraciones, las armas de destrucción masiva o los virus son temas globales pero, sin embargo, no tenemos instrumentos políticos para enfrentarlos, y me temo que no los tendremos”.

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Aunque el impacto de la globalización comprenda luces y sombras, ésta “deja a los cambios de la Revolución Industrial como ínfimos”. Lamo de Espinosa reconoce que el hambre que sigue habiendo en el mundo es “una una de las obscenidades mayores de nuestro tiempo”. A lo que se suman los conflictos norte-sur, que se dan, incluso, dentro de la propia Europa. “El trabajador ya no está unido”, afirma por su parte Díez Medrano, que pregunta retóricamente: “¿Acaso hay solidaridad entre los sindicatos alemanes y los españoles?”

¿Hacia un mundo uniforme?

Tenemos los mismos felpudos en nuestras casas, llevamos los mismos vaqueros, escuchamos la misma música y vemos las mismas películas… lo que nos lleva a plantear si el mundo se está uniformizando. “Las interdependencias son buenas», aclara Lamo de Espinosa, «pero tenemos que administrarlas”. En este sentido, Occidente se sitúa en un puesto dominante en cuanto a la externalización de su cultura y sus hábitos. El hecho de que la globalización elimine particularismos es lo que produce, según el catedrático, reacciones identitarias: “Hay que compatibilizar las raíces con formar parte del mundo. El mundo es una coctelera de religiones, lenguas, hábitos, gastronomías, artes, músicas…un gazpacho civilizatorio. Pero lo que hay que evitar es una ‘cocacolización’ del mundo”.

Díez Medrano da un giro de tuerca, y afirma que la globalización supone que el consumo se individualiza: “El acceso a la información desde cualquier lugar puede causar el efecto contrario. Uno puede vivir en su casa a 100.000 kilómetros de ella. Nunca en la historia ha habido tantas oportunidades de individualizarse”.

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