Educación

La ‘escuela democrática’ como motor de cambio social

Las primeras escuelas basadas en la democracia como método de instrucción surgieron en el siglo XVII aunque se desarrollaron y proliferaron en el siglo XIX. Sin embargo, hoy, el debate vuelve a la palestra.

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12
febrero
2015

“El tutor no debe añadir preceptos, debe permitir que se descubran”, escribió Jean-Jacques Rousseau en su libro sobre consejos de educación Émile, publicado en 1762. En esta línea, la educadora –y primera mujer de Italia en graduarse en Medicina- María Montessori (1870-1952) aseveraba que la mayor señal de éxito de un profesor es poder decir: “Ahora los niños trabajan como si yo no existiera”. Sus palabras pueden proyectarse como la antesala de lo que denominamos “escuela democrática”.

Las primeras escuelas basadas en la democracia como método de instrucción surgieron en el siglo XVII aunque se desarrollaron y proliferaron en el siglo XIX. Sin embargo, hoy, el debate vuelve a la palestra. Especialmente en países como España, de cuyo sistema educativo se pone en duda la efectividad: no sólo en cuanto a contenidos; también en lo que se refiere al desarrollo personal y profesional de los alumnos.

Con la vista puesta en el norte, el sistema finlandés se contempla como uno de los ejemplos a seguir. 543 sobre 600 es la nota de los finlandeses en lectura, matemáticas y ciencias según el último informe PISA. Un dato íntimamente ligado con su apuesta por la educación: Finlandia es el cuarto país del mundo que más invierte en educación; en concreto, un gasto público anual de 16.036 dólares (unos 14.130 euros) por estudiante en IES.

En respuesta a muchas de nuestras preguntas, el profesor Marko Koskinen, que en 2005 fundó el primer colegio democrático en Finlandia, ha venido a Madrid para contarnos los fundamentos del modelo que pretende impulsar, en una conferencia organizada por la Universidad Francisco de Vitoria.

Koskinen subraya como piezas clave el aprendizaje libre y automotivado y la creación de una comunidad educativa basada en la igualdad y el respeto mutuo. Consigue así llevar los principios de la democracia a la estructura escolar. “Cambiar la sociedad a través de la educación”, plantea, porque “sin educación democrática, una sociedad no puede ser del todo democrática”.

Defiende que no haya más de 15 ó 20 alumnos por clase, y pone en cuestión la imposición de una serie de asignaturas inamovibles, así como la necesidad de usar libros de texto o de permanecer ocho horas sentado delante de una pizarra. De hecho, él mismo ha diseñado una plataforma on-line de aprendizaje pensada específicamente para la educación centrada en el estudiante.

Asegura que los alumnos que experimentan la auto-responsabilidad y la democracia día a día en sus escuelas aprenden a expresar su opinión y a desarrollar estrategias efectivas para la búsqueda de soluciones a los problemas, con creatividad e innovación. El tutor sólo les ofrece las herramientas para ello: “es un facilitador, alguien que anima, motiva y ayuda a que el alumno tenga un futuro mejor”, sostiene.

Concepto de autoridad

En este sentido, Koskinen tiene la convicción de que “el profesor debe tratar al niño como a un igual”. A la pregunta de si tal reparto de poderes podría suponer determinados riesgos, responde con otra interrogación: “¿Cuáles son los riesgos de no dar poder a los niños?” Aclara que “se les deja el máximo de libertad dentro de un entorno seguro, para que así aprendan a gestionar esa libertad”.

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Advierte de que, según el sistema de educación tradicional, antes siempre había alguien que sabía lo que era bueno o malo para nosotros. “El concepto bueno y malo es interesante –continúa-. Cuando las personas cometen un acto de maldad, es porque ellas mismas han sido tratadas con maldad”. Respalda la idea de que “el ser humano es intrínsecamente bueno y digno de confianza”.

En el caso de los niños, portarse mal es un mecanismo para llamar la atención. Koskinen lo sabe bien, después de haber educado a más de 3000 niños. Termina con una anécdota demostrativa: “Tuve a un niño de 10 años muy agresivo. Un día acabó amenazando a sus compañeros con las tijeras. Pero yo no le dije que era malo; simplemente le paré. Me empezó a pegar. Yo sólo le sujeté y le dije que todo iba bien, que estaba allí para él. Poco a poco se calmó y se puso a llorar durante unos cinco minutos. Después se le iluminó la cara, estaba vivo de nuevo y era feliz. Hacía falta que alguien estuviera allí para transmitirle seguridad”.

Es por motivos como este que “nunca hay que subestimar el poder que tiene el profesor, pero nunca hay que tomarse a sí mismo demasiado en serio”. Lo que no hay que hacer, dice, es elegir a ciertos alumnos como ejemplo o para que representen. “Hay que hacer que todos participen. Y esto se puede trasladar al ámbito del ciudadano: no soy un ciudadano si no puedo decidir en cuestiones que me afectan”.

¿Cómo se puede hacer, entonces, que una escuela sea más democrática? “Simplemente preguntando a los alumnos cómo prefieren hacer las cosas, dejar que decidan. Esto provoca a veces debates muy interesantes”. Esa es, según Koskinen, “la maravilla” de la educación democrática: el diálogo.

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