Opinión

«El sistema actual no recoge las demandas del ciudadano»

Entrevistamos a Baltasar Garzón (Jaén, 1955), el juez que llevó a Pinochet a los tribunales y sentó en el banquillo a narcotraficantes, terroristas y políticos corruptos.

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24
junio
2014

En cierto modo parece más joven que nunca: invita a rebelarse contra los dirigentes, pide juzgar a quienes provocaron la crisis, habla de regeneración, de transparencia, de una democracia más participativa… Pero, a la vez, Baltasar Garzón (Jaén, 1955), el juez que llevó a Pinochet a los tribunales y sentó en el banquillo a narcotraficantes, terroristas y políticos corruptos, transmite serenidad y sosiego durante la entrevista. Parece como si el descanso de todos esos flashes y de los guardaespaldas que ya no le acompañan, le hubieran revelado una perspectiva distinta, si acaso más reposada, ante el ritmo frenético y tantas veces irreflexivo que impone nuestro sistema.

Por Lula Gómez

Hace apenas cuatro años, tuvo que reinventarse. Después de ejercer como juez de la Audiencia Nacional durante más de dos décadas, fue inhabilitado para ello. Se le condenaba por prevaricación en el caso Gürtell. «Fue muy duro», reconoce en esta entrevista concedida a Ethic. Pero parece que no deberse a la justicia española le hubiese dado alas para tocar más asuntos. Vive entre Madrid, Bogotá, México DF, Buenos Aires y Seattle, es asesor del Tribunal Penal Internacional de la Haya, preside la Fundación que lleva su nombre, lleva temas como la defensa de Julian Assange y,sigue peleando, caiga quien caiga. Lo hace desde su propia marca: «No he querido entrar en ningún despacho grande. Quiero tener la independencia para fracasar solo, pero de una forma diferente».

El 14 de mayo de 2010, la Justicia con mayúsculas le inhabilitaba como juez. Y un año más tarde, el 15-M irrumpía con fuerza en las calles pidiendo más derechos, más democracia, más participación desde las bases, más justicia. Es como si el mundo estuviera al revés.

La primera fecha, la de mi suspensión, hace cuatro años, fue un punto de inflexión en mi vida profesional muy importante. No voy a decir que no era esperado, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, pero sí innecesario. Aunque para quienes adoptaron esa medida, parecía que era importante esa fotografía mía saliendo suspendido de la Audiencia Nacional. Pero es un episodio que ya pasó y no he dejado de hacer lo que tenía que hacer: luchar contra la injusticia y aquellos delitos que quebrantan a la comunidad internacional y a favor de las víctimas. Y lo hago desde la Fundación que presido y desde otros organismos. En cuanto al 15-M, recuerdo que casi un mes después escribí un artículo que se llamaba Indignadanos. En él, venía a explicar cómo el sistema político actual debe ser cambiado porque no recoge las peticiones que la sociedad demanda: más transparencia, más participación y más revisión de cuentas por parte de los gestores públicos y políticos. Los ciudadanos y ciudadanas hemos dicho que no nos convence el sistema tradicional y que hay que evolucionar.

Garzon-2

Usted invita a la rebelión. Explíquese.

Sí, lo he hecho en más de una ocasión y lo hago ahora también desde una indignación activa. Hay que actuar a favor de ese cambio, de esa regeneración. No nos basta ya con teorías, no basta con afirmaciones huecas que al final sólo sirven para una redistribución de los cargos por parte de quienes parecían que iban a atender las demandas por la presión del 15M.

Sí, pero, ¿cómo?

 Desde los movimientos ciudadanos, buscando una nueva fórmula de participación política, con unas listas más abiertas, con unas elecciones primarias generales donde cada político tenga que demostrar una ética real, con una transparencia que consiga generar confianza en los ciudadanos. Deben convencernos de que no se está haciendo trampa. Hace falta una revisión de los sistemas de participación. Por ejemplo, pienso en que se pueda votar a partir de los 16 años o desarrollar actividades que tengan que ver con los Derechos Humanos… Lo echo de menos. En España debería haber un deseo de aprender y estudiar sobre ese campo, porque parece que lo sabemos todo y, al final, no sabemos nada. Tenemos una soberbia demasiado elevada. Deberíamos ser más humildes para aprender del otro, para ver qué se está haciendo de interés en otros lugares. Europa debe mirar a esos países que antes eran aprendices y que ahora están evolucionando y cambiando a fórmulas más participativas. Si unimos esas iniciativas, más rigurosas, más participativas, a la revisión del sistema económico, con una lucha efectiva contra el fraude, con cero amnistías fiscales… conseguiremos un sistema más justo. En fin, se pueden hacer y se deben hacer muchas cosas. Pero desde luego, lo que no vale es eliminar instituciones como la jurisdicción universal.

Hablemos de la crisis. Usted dice que los culpables de esta crisis deberían ser juzgados por crímenes de lesa humanidad. ¿Cómo?

Lo que digo es que hay que avanzar. E igual que el concepto de crimen de lesa humanidad se configuró en un momento histórico entorno a los juicios de Núremberg y ha ido consolidándose a lo largo de los años hasta hoy, vemos que determinadas actuaciones económicas generan víctimas, dolor y daño efectivo, real y constatable en miles y millones de personas que no producen ninguna responsabilidad. La reflexión que yo hago es que si afectan sistemáticamente a derechos básicos como la educación, la alimentación, la sanidad, la educación, la pobreza, ¿cómo es posible que todavía no haya sido viable una sanción a quien de forma responsable y consciente toma medidas que llevan a la ruina a miles y miles de personas? No tiene lógica. Defiendo la idea de que hay determinados hechos criminales de este tipo que deben ser definidos y sancionados. La explotación masiva de recursos estratégicos y básicos que lleva a la negación de la propia existencia de las comunidades originarias, por ejemplo. No vemos que se persiga a las empresas que quebrantan a esos derechos. Y por eso merece la pena vivir y luchar, para que la sociedad se sienta más protegida, para que sea mejor y se garanticen los derechos humanos de todos. Porque si garantizan los beneficios a las grandes corporaciones y se protegen la dinámica de las inversiones también se tiene que proteger a las víctimas que producen ese capital. Hay que buscar un equilibrio para defender los derechos de esas personas, de las comunidades afectadas, de la propia naturaleza y de la inversión. Debe de haber unas reglas, porque a día de hoy no existen o se burlan.

Suena un tanto quijotesco.

Las cosas se cambian cuando se empieza a hablar de ellas. Y si no somos capaces de plantearlas cuando nos han llevado a la ruina, y casi a desesperación e incluso a la pérdida de vida, ¿cuándo vamos a hacerlo? Si permanecemos inermes a la especulación de alimentos y productos de primera necesidad, a que el precio de las lentejas sea de 0,5 a las 8 mañana, y por la tarde, cuando van a llegar al destinatario final, a golpe de botón, cuesten 12 dólares…, ¿qué pasa? Pues que cientos de miles de personas están condenadas al hambre. Y eso no puede ser; esos comportamientos de la economía deben ser regulados. Eso es un ataque a la humanidad. No digo que no haya que obtener un beneficio, pero no vale la mercantilización sin ningún control. Ya está bien. Hay que invertir en valores, en humanidad.

Discúlpeme, pero suena a discurso político. ¿Volverá a la política?

No. Yo estoy al frente de una fundación: tenemos presencia en nueve países, sede en cuatro y estamos tratando de hacer cosas de una forma proactiva, diferente; queremos que llegue, que se vea. En política, la regla básica, es la idea de servicio público. Quien entre en ella, debe saber que debe renunciar. Hace un año un grupo de personas pusimos en marcha la Convocatoria Cívica, con un ideario y unos principios básicos. Queremos trabajar para intentar cambiar las cosas. No se trata de obtener escaños, se trata de hacer las cosas diferentes, de convencer, debatir y de apoyar a aquellas iniciativas que les interese aprovecharse de esas reflexiones. Luego, quién represente a esas iniciativas es lo de menos.

¿Eso quiere decir entonces que la puerta está abierta para su entrada en política?

Al compromiso político siempre, pero como cualquier ciudadano. Soy político porque participo, opino y tomo decisiones a través de los espacios donde tengo influencia para decir lo que se tiene que hacer, y lo que es más importante, para hacerlo. Para mí, eso es participar en política. Pero si lo que trata de decirme es si me voy afiliar o constituir un partido para presentarme a las elecciones, no, no es algo que esté en mi agenda, ni
siquiera a medio plazo.

Libertad de prensa, ¿dónde están los límites? Y hablo de Julian Assange y la reciente polémica sobre censurar Twitter.

Julian Assange pone de manifiesto que aquellos que obtienen la información de forma directa y la transmiten sin ningún tipo de edición o tamiz están revolucionando las comunicaciones a través de la red y configurando un nuevo mundo. Las grandes corporaciones y medios pierden el control y a lo mejor un blog tiene más seguidores que el periódico más consolidado de un país. Es una situación nueva, también una vorágine en donde pueden ocurrir muchas cosas. Pero desde luego, limitar la libertad de expresión no creo que conduzca a ninguna cosa buena, ni tampoco creo que sea casi posible. Lo que sucede es que cuando alguien hace un mal uso de esas redes o utiliza un medio de comunicación para cometer hechos delictivos, tiene que ser investigado y sancionado. La ley es igual para todos y el código penal establece perfectamente cuales son esos delitos. No hace falta que lo estemos cambiando cada cinco minutos. Y si nos fastidia que nos escracheen, tendremos que aguantar. Y lo digo por experiencia propia. En algún caso, el entorno de ETA me ha hecho objeto de ese tipo de actuaciones diciéndome que soy un torturador, que formo parte de un Estado de fascistas… No ofende quien quiere, sino quien puede. Lo único que siento es que tenga que explicarme, aunque en el fondo, me parece bien, porque al final se convierte en algo didáctico. Pero que por esa actitud yo vaya a decir que esa gente debe ser perseguida para cerrarles la boca y se les imponga una sanción, pues no, no lo hecho nunca. Y sobre las críticas que he recibido, que han sido muy duras, si puedo, las rebato, si no, las asumo y en todo caso, aprendo de ellas.

Ya en lo personal. Cómo se define usted, un hombre que nace en un pueblo de Jaén, que empieza trabajando en la gasolinera con su padre, llega a juez, a político, a las portadas de todo el mundo…

Yo siempre me he definido como buena gente. No soy mala gente. Soy una persona muy apegada a la tierra, quizás por haber nacido en un pueblo, de padres agricultores. Soy muy familiar. Me siento muy cerca de la familia. Necesito transpirar piel y sentirme unido a mi gente.

Pero, usted no debe tener tiempo para ellos.

Sí, pero aprovecho al máximo los tiempos que tengo. Y además, bueno, de una u otra forma vas extendiendo la familia. Es muy reconfortante ir al Valle del Cauca [Colombia] y compartir con los pueblos originales o bajarte a la Patagonia argentina y estar con el parlamento mapuche, o en Cuernavaca, en México, y convivir con víctimas de la violencia apoyando sus iniciativas. No me quejo. Es más: lo necesito y me alimenta. Es verdad que es muy cansado, pero yo me muevo por convicciones. Si lo hago, es porque quiero: nadie me obliga.

¿Cómo curó el dolor de la inhabilitación?

Asumiéndolo. Haciendo una reflexión profunda y analizando lo que estaba sucediendo: los personajes, la condición humana… Era la forma de acabar con una persona de una forma demencial porque se desarrollaron una serie de investigaciones que no tenían ni pies ni cabeza. Hubiera sido más fácil decirme que no estaban de acuerdo en esto o aquello. Pero tuve tiempo para profundizar y aunque lo sentí, estaba preparado para hacerle frente. Y mi familia y mi gente también lo estaban. Desde el principio sabíamos que una vez reventado el dique, venía la inundación. No se iba a abrir esa brecha para no hacer nada. Pero yo me defendí, respeté el sistema, traté de combatir con pruebas y elementos de convicción… No lo conseguí, pero sigo todavía peleando y lo seguiré haciendo.

¿A qué tiene miedo como juez, como padre, en fin, como persona?

Bueno, miedo, miedo, tengo a no ser capaz de cumplir lo que estoy diciendo por ejemplo en esta entrevista. No me gusta hacer promesas que no pueda cumplir. Tengo miedo de que cuando hablo pueda guiarme un ánimo especialmente positivo y luego no sea capaz de llegar. El miedo, normalmente, lo sé controlar; lo suelo sufrir a solas y desde luego nunca he actuado guiado por él. Compensa por el cumplimiento de la obligación. Cuando estaba como juez, tenía asumido que era un servicio público y por lo tanto tenía que dar hasta la última gota de esfuerzo. Y si no, marcharme. No entiendo la vida de otra forma. Hay que vaciarse en cada momento porque al siguiente puede ser que no tengas opción. Tampoco tengo miedo a la muerte, quizás al dolor.

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