Innovación

Confeccionando valores

La moda es un sector que vive de forma intensa en torno a la cultura de la imagen. Sin embargo, es cada vez más consciente de los retos sociales y medioambientales a los que se enfrenta en el siglo XXI.

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29
enero
2013

La moda es un sector que vive de forma intensa en torno a la cultura de la imagen. Sin embargo, es cada vez más consciente de los retos a los que se enfrenta en el siglo XXI.  ¿Qué iniciativas pueden reducir su impacto ecológico? ¿Cómo se puede proteger el respeto a los derechos humanos en los países en vías de desarrollo? Diseccionamos las claves del sector moda desde la óptica de la sostenibilidad.

Por Carmen Gómez-Cotta

La moda es una industria acelerada por la globalización y en constante evolución. En la última década, el sector textil ha vivido un proceso de liberalización que ha llevado a las empresas a deslocalizar la producción hacia países más competitivos, sobre todo por motivos de costes. Sólo en España, este sector representó el 6% del empleo industrial manufacturero, el 3% del producto industrial y el 5,9% de las exportaciones industriales en 2011 (casi 10.000 millones de euros en exportaciones y 14.666 en importaciones), según datos del Centro de Información Textil y de la Confección (CITYC).

Esta actividad genera una gran cantidad de aguas residuales altamente contaminantes, debido a los tintes, los pesticidas y demás productos químicos. Residuos que van a parar a mares y ríos y que suponen el 20% del total de vertidos de todas las industrias, según datos de la campaña Detox de Greenpeace Internacional, que reta a las empresas a sustituir o eliminar todas las sustancias peligrosas de toda su cadena de producción y productos antes de 2020.

Los desafíos a los que se enfrenta esta industria no son baladíes. «Desde el punto de vista social, asegurar unas adecuadas condiciones laborales de los trabajadores en los países productores; y desde el medioambiental, mejorar el control y la reducción de los impactos generados en la obtención de materias primas, de la producción de los tejidos y el transporte de las mercancías a lo largo de las cadenas de producción globalizadas», nos explica Silvia Ayuso, coordinadora de la Cátedra Mango de Responsabilidad Social que alberga la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Debido a la deslocalización, el transporte de mercancías ha aumentado exponencialmente el número de emisiones de CO2. «El algodón producido en Andalucía pasa a los mercados internacionales, se va a China o India donde se confecciona, luego al almacén en Estados Unidos o Europa y se distribuye internacionalmente. Hay prendas que dan la vuelta al mundo dos veces antes de llegar al destino final», explica Gema Gómez, fundadora de la plataforma de moda sostenible Slow Fashion Spain.

El algodón es una de las fibras naturales de las que más depende la industria y la que más agua consume al ser tratada. Según datos de la organización Huella Ecológica, para la elaboración de una sola camiseta se necesitan 2.700 litros de agua de media, más la que hay que añadir por los lavados. El algodón ecológico es la alternativa más desarrollada. Un informe elaborado en 2010 por la asociación Textile Exchange pone de manifiesto que el mercado de esta materia creció de casi 189 millones de euros ($240 million) en 2001 a más de 3.000 millones de euros ($4 billion) en 2009; pero su producción no representa más del 1,1% del total de la producción global.

«El sector de la moda está introduciendo además el uso de fibras vegetales derivadas de recursos renovables como la viscosa, el rayón y el reciclaje de plásticos y caucho», explica Ayuso. Y se están empezando a usar otros materiales nobles como el cáñamo, el bambú o la seda.

Nice Consumer es un proyecto nacido en Dinamarca cuyo objetivo es promover la moda sostenible y que pone el foco en el papel del consumidor.

Dentro de la cadena de producción, el principal reto sigue siendo velar por el cumplimiento de los derechos humanos y garantizar unas condiciones de trabajo dignas y éticas. Del estudio de la Universidad Pompeu Fabra se desprende que los destinos principales de la UE a la hora de deslocalizar son Europa del Este, el Magreb (Túnez y Marruecos fundamentalmente) y el Sudeste asiático (con China y la India a la cabeza); «países donde las leyes son más flexibles y se terminan vulnerando los derechos de los más débiles, sobre todo mujeres y niños». Muchas grandes empresas del sector han establecido códigos de conducta para sus proveedores, en los que plasman sus compromisos, y la verificación del cumplimiento de los códigos de conducta suele controlarse mediante auditorías, «pero en cuanto descentralizas la producción se te pueden escapar muchos detalles y es muy fácil que te engañen» opina Alicia García, directora de la organización Diseño para el Desarrollo.

El problema de los tintes es uno de los que más preocupa por lo nocivos que resultan para la salud, algo que la Organización Mundial de la Salud (OMD) lleva advirtiendo desde hace tiempo. Para obtener esos colores chillones tan de moda «la industria cuenta con unas pautas de consumo de sustancias químicas muy complejas  y tóxicas que se agravan debido a un acceso a la información insuficiente», explica Sara del Río, responsable de la campaña de contaminación de Greenpeace.  En este sentido destacan dos iniciativas impoulsadas por la UE: la norma Reach (2006), un sistema integrado de registro, evaluación, autorización y restricción de sustancias químicas que pretende mejorar la protección de la salud humana y del medio ambiente; y el proyecto Resitex (2007) para desarrollar alternativas para la reducción del volumen de residuos del sector textil.

En España, aunque todavía quede camino por recorrer, van surgiendo cada vez más ideas. La más destacable es Made in Green, un sello creado por el Instituto Tecnológico Textil (Aitex) que certifica la trazabilidad en todas las fases del producto, garantizando que se han respetado los estándares de medio ambiente, salud y derecho de los trabajadores.

Consumidor concienzado

«La moda sostenible es más que producir con materias ecológicas; es también cubrir una necesidad sin generar un producto nuevo», reconoce Gómez, de Slow Fashion. En su opinión,«hay que empezar a entender que la sostenibilidad es un criterio más de innovación» y desarrollar nuevas alternativas que empujen a la reinvención de los modelos de negocio: desde tiendas de segunda mano hasta el trueque, pasando por la nueva tendencia de ‘hazlo tú mismo’. Y aquí juega un papel fundamental la cultura.

La educación y la concienciación son fundamentales para consolidar una cultura sostenible a través de actitudes, comportamientos y modelos de negocio más responsables. En España todavía «no hay una conciencia oficial de la moda sostenible. Hace falta enseñar las prácticas sostenibles en las escuelas de moda, apoyar a los productores de tejidos sostenibles, la industria artesanal, las pequeñas empresas de fabricación y trabajar con los diseñadores», explica Elena García, co-fundadora de Ecoluxe, una organización ubicada en Londres.

Países como Estados Unidos, Inglaterra o los nórdicos de Europa están más avanzados. El Instituto Danés de Moda, junto con la organización Negocios por un Mundo Mejor (BSR, por sus siglas en inglés), lanzó en mayo una iniciativa llamada Nice Consumer, cuyo objetivo es promover el consumo responsable y sostenible en el ámbito de la moda. La campaña pone el foco en el consumidor, al que considera «clave en la transformación de la industria de la moda y la consolidación de una agenda más sostenible», así como en «la falta de transparencia y el acceso limitado a la información». De ahí que promuevan no sólo la colaboración de los ciudadanos, sino también la implicación de la industria y de los poderes público. «La colaboración de los gobiernos es necesaria para consolidar la moda sostenible».

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