Opinión

El club de las ciudades habitables

Pablo Blázquez, director de Ethic, reflexiona sobre el concepto de ‘ciudad sostenible’ y repasa las iniciativas más relevantes surgidas en un país vapuleado por el urbanismo salvaje como España.

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01
diciembre
2011

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¿Cómo debe ser la ciudad del siglo XXI? Cuando leí el riguroso y expeditivo reportaje que Sandra Gallego Salvá ha coordinado, y al que en la edición en papel dedicamos nuestra portada -una espectacular imagen de un desproporcionado y deforme edificio de viviendas de Shangai realizada por la fotógrafa suiza Nora Ghitescu (aunque quizá sea verdad, como dijo alguien de nuestro Consejo Editorial, que nos hubiera valido con irnos a fotografiar Benidorm)- me quedó claro y meridiano que para responder a esta pregunta, es decir, para buscar las claves del urbanismo del siglo XXI, lo primero es no dejarse llevar por las utopías derivadas de la continua búsqueda del paraíso terrenal. A estas alturas todos deberíamos tener claro que el paraíso en el planeta Tierra no existe y que el optimismo antropológico puede resultar muy contraproducente -y si no que le pregunten al ex presidente Zapatero, que ahora se dedica a supervisar nubes acostado en una hamaca– cuando uno busca soluciones a problemas complejos. Por supuesto, tampoco son útiles las distopías futuristas tipo Blade Runner, una obra maestra imprescindible para quienes sientan la necesidad de explorar el alma humana, pero poco práctica para extraer conclusiones sobre la ciudad del futuro.

Como todos sabemos -no podremos decir que no nos lo advirtieron; lo hemos oído hasta la saciedad-, en el año 2050 el 70% de la población mundial vivirá en ciudades, y un porcentaje que no me atrevo a determinar, pero que se traducirá en millones de personas, se hacinará y vivirá en condiciones indignas. Los estudios demográficos coinciden: a finales de siglo la población mundial llegará a los 10.000 millones y si continúa la tendencia global del éxodo rural más de 7.000 millones se concentrarán en los núcleos urbanos. En el anterior número de Ethic, el analista brasileño Leonardo Martins Dias, gran conocedor de las favelas de Río, diseccionaba los riesgos y oportunidades que surgen en torno a la gestión de las inmensas bolsas de población que viven en las periferias de las grandes ciudades.

Desde una perspectiva nacional, hay dos manifiestos que resultan clave para enmarcar y discernir la problemática en torno a las ciudades en un país vapuleado por el urbanismo salvaje como España. Los dos se presentaron de forma oportuna antes de las últimas elecciones autonómicas y municipales, aunque eso no significa, of course, que nuestros políticos vayan a hacerles caso. El primero, 15 Retos para la Ciudad Sostenible en 2015, lo lanzó la Fundación Ecodes y propone soluciones prácticas para conseguir una economía baja en carbono: sustituir el 100% del alumbrado público por tecnologías eficientes, alcanzar el 80% en movilidad de transporte público, peatonal y bicicleta o introducir cláusulas sociales y medioambientales en los pliegos de contratación pública. El otro es el manifiesto del Club de Innovación Urbana, una iniciativa que, entre otras cosas, pide a las administraciones que clarifiquen «las competencias entre comunidades autónomas y ayuntamientos, de modo que evite las duplicidades y competencias huérfanas o impropias».

Me despido con una anécdota de este editorial, que no pretendía otra cosa que contextualizar y servir de marco para el reportaje sobre las ciudades del siglo XXI. No hace mucho, en uno de esos megacongresos sobre smart cities a los que acuden megagurús y que patrocinan megacorporaciones muy sensibles al devenir de las ciudades (y por supuesto a los negocios que pueden hacer sin salir de ellas), un compañero de la prensa provocó la carcajada de todo el auditorio al preguntar: «¿Pero de qué estamos hablando: para construir ciudades inteligentes no hacen falta políticos inteligentes?».

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