Opinión

Las distancias a salvar en las negociaciones sobre el clima

José Luis Blasco, socio responsable de Sostenibilidad de KPMG, reflexiona en torno a los retos que se plantean en los frentes diplomáticos de la lucha contra el cambio climático.

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27
julio
2011

Hace ya bastantes años, en una   reunión del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD), el antiguo presidente de BP, Lord Browne, nos hizo una confesión a la hora de los postres. No  sabía con certeza si el cambio climático tenía causas antropogénicas –tampoco le importaba realmente-  pero sí estaba convencido de la necesidad de actuar para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La razón para él era clara, el mundo necesita energía segura, barata y en grandes cantidades para seguir creciendo, por lo que resultaba insensato confiar el futuro de la energía a aquellos países en los que los combustibles fósiles eran más abundantes.

Viajar en un bólido a 106.200 km/h alrededor del sol o encontrar unanimidad en el juicio científico sobre un fenómeno como el calentamiento global parece una tarea imposible. Pero más allá de las evidencias científicas, casi veinte años después de la firma de la Convención de la Naciones Unidas para la lucha contra el cambio climático, podríamos decir que Lord Browne tenía razón y que –independientemente del argumento que se utilice – la decisión está tomada y es urgente, aunque los avances hayan sido muy poco significativos.

La prueba definitiva la vimos en Copenhague donde observamos que la diplomacia climática es tan sólo un subgénero y que las decisiones sobre las actuaciones sobre el clima son parte del escenario y no, ingenuamente, el centro. En mi opinión, las negociaciones avanzarán realmente cuando seamos capaces de salvar, lo que podríamos denominar, las distancias principales que nos separan de querer tener un compromiso global, independientemente de la forma que tenga.

En primer lugar, la distancia entre los países desarrollados y los que desean serlo. El juego entre el congreso norteamericano y el gobierno chino es clave para seguir los avances en el acuerdo de reducción de las emisiones. Lo es en la medida que escenifica el reparto global de una sola Tierra entre aquellos que comieron ya y no quieren ponerse a dieta, y aquellos que necesitan grandes cantidades de calorías para alcanzar la sana complexión social del progreso. A esto es a lo que en las Cumbres llaman “acuerdo común con responsabilidades diferenciadas”, que es lo que ha sucedido siempre, la diferencia es que ahora los nuevos invitados tienen la fortaleza necesaria para forzar una negociación.

La distancia entre la opinión pública y aquellos que quieren un acuerdo global. Los políticos saben que solamente en aquellos  asuntos en los que existe un amplio respaldo social son capaces de generar acuerdos globales. Que la sociedad no se ha movilizado o no ha mostrado un compromiso es evidente. Podríamos decir que sería lo esperable si pensamos que la actuación se ha basado en un tema de certeza científica y de costes que afectan a la competitividad de las empresas de nuestro país.

Esta brecha solo será posible salvarla si comenzamos a pensar que el compromiso por el clima no trata de repartir dolor sino beneficios. Y estos son muy importantes, ya que en el caso de un acuerdo ambicioso– sea cual sea-  focalizaría la innovación en  la eficiencia y las nuevas fuentes de energía. La Historia nos ha mostrado que en las ocasiones en las que el compromiso global ha sido claro y la recompensa segura, hemos sido capaces de avanzar muy rápidamente. Tan sólo hay que pensar que desde que se firmó la Convención del Clima nuestros contemporáneos han conseguido descifrar el genoma o distribuir 1.000 millones de teléfonos móviles por todo el mundo.

La distancia entre las generaciones actuales y las futuras. Como dice Innerarity, las sociedades democráticas nos llevamos muy mal con el futuro. Generalmente somos incapaces de pensar en tomar medidas que no nos favorezcan hoy pero que tendrán resultados cuando ya no estemos aquí. Esta distancia nos separa no solo de un acuerdo para reducir las emisiones, sino para avanzar en un modelo de desarrollo más sostenible.  Quizás tengamos que aplicarnos la célebre frase de John Stuart Mill en la que atribuye sólo a quienes no están obsesionados con la consecución de la felicidad la facultad de ser capaces de llegar a disfrutarla.

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