Opinión

Huella de carbono: de la producción al consumo sostenible

La directora técnica de la Fundación Entorno, Raquel Aranguren, reflexiona sobre la importancia que tiene la medición del impacto ecológico de los productos que consumimos.

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15
mayo
2011

¿Sabían que al ducharse durante 5 minutos están emitiendo 1,59 Kg de CO2eq? ¿Y que al salir de casa y comprar el periódico, son responsables de la emisión de 0.868 KgCO2eq? ¿Y que si después del trabajo quedan con unos amigos en un bar y se toman tres coca colas están emitiendo 1.02 kg CO2 eq?

Desde por la mañana tenemos en nuestras manos productos de los que podemos conocer su huella de carbono, o lo que es lo mismo, las emisiones de CO2 que producen desde que sus materias primas son extraídas hasta que son destruidos totalmente.

Pero, ¿le damos la importancia que se merece? ¿En realidad sabemos qué supone? Hace 3 años, solo un 27 por ciento de los españoles conocía el concepto de huella de carbono, mientras que en países como Japón o Alemania este porcentaje se elevaba ya al 97 por ciento de la población. Sin embargo, algo está cambiando, y ahora todos los días nos encontramos en los periódicos, las radios y las televisiones un sinfín de noticias y anuncios sobre cómo mejorar nuestro comportamiento con el medio ambiente o cómo ser más eficiente con la energía que utilizamos.

Compañías como CEMEX ya han iniciado este camino y hace unos meses con motivo de la Cumbre de Cambio Climático celebrada en Cancún, uno de sus directivos se enorgullecía de ser “la primera empresa de materiales para la construcción capaz de ofrecer a sus clientes información completa del contenido de carbono de sus productos».

Ahora, ya no es la única. En España tenemos algunos ejemplos interesantes que van en esta línea. Tal es el caso de las bodegas Matarromera, que han calculado la huella de carbono de varios de sus vinos. ¿Y qué es exactamente lo que pretenden?, se preguntarán ustedes. Pues pretenden, por una parte atender la demanda de información de algunos mercados a los que se dirigen, y que comienzan a solicitarla, y, por otra, mejorar internamente, ahorrando, por ejemplo, en los costes energéticos ligados al producto.

Desde un punto de vista empresarial, a través del cálculo de la huella de carbono podemos obtener beneficios internos derivados de reenfocar nuestras actividades y procesos para que estos sean más eficientes, ya que vamos a conocer, y controlar, las emisiones de nuestros productos y servicios durante toda la cadena (producción, fabricación, logística y venta).

Sin embargo, la mejora interna y el ahorro de costes solo son algunas de las razones que impulsan a las empresas a calcular la huella de carbono.

Actualmente, cada vez son más los mercados que comienzan a exigir conocer las emisiones de CO2 de un producto o un servicio. Tesco, una de las empresas de distribución más importantes del Reino Unido, quiere revolucionar el “consumo verde” ofreciendo a sus clientes información sobre la huella de carbono para que estos la incorporen a su decisión de compra.

Pero esto no ocurre únicamente en el sector privado. Los estados han tomado conciencia de que deben ser impulsores de un nuevo modelo de consumo y lo están potenciando. Por ejemplo, en Francia a partir de enero de este año es obligatorio que los productos lleven información ambiental, entre ella, las emisiones de CO2. Pero no nos vayamos tan lejos, en España precisamente se está estudiando, por parte de la Administración, la posibilidad de introducir de manera paulatina la huella de carbono como uno de los elementos a valorar en las compras públicas.

Otro elemento clave, y para mí fundamental, en la toma de decisiones de una compañía, es que la huella de carbono se configure como un nuevo elemento que aporte a la empresa diferenciación e imagen, y que impulse ese cambio que tanto necesitamos hacia un consumo sostenible. Hace unos leí que un restaurante gallego ofrecía a sus clientes menús que emitían solamente 41,8 kilos de CO2, ciertamente no sé si esto les habrá atraído clientes pero lo que sí es cierto es que ha hecho que se hable de él.

Sin embargo, no todos son ventajas sino que todavía tenemos importantes barreras que superar, quizás la más significativa es que no existe un único esquema de medición y cálculo. Ahora mismo conviven al menos dos estándares como son la PAS2050 del Reino Unido, el GHG Protocol, del WRI y el WBCSD. Esperemos que en un futuro próximo, la nueva norma ISO 14067, que lleva ya cierto retraso, arroje un poco de claridad sobre este tema e imponga un criterio homogéneo que facilite no solo el cálculo de este indicador, sino también una homogeneidad en el valor comparado de los productos, o al menos, unas indicaciones del esfuerzo en la reducción de la huella de carbono que se espera del producto.

Al no contar con una herramienta universal, la comparación de las huellas de distintas organizaciones y de sus productos y servicios no es eficaz y si se hace, es posible que se introduzcan distorsiones en el mercado. Y lo que es más importante, en el consumidor, ya que se corre el riesgo de que éste finalmente vea en las etiquetas de huella de carbono un elemento que no le ofrece ni transparencia, ni información que favorezca una compra más responsable y sostenible.

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